
«Hace sesenta y dos
años que espera. Sentada junto al
amplio ventanal de una habitación del tercer piso de un edificio austrohúngaro
en la parte antigua de Gorizia la Vieja, una mujer se balancea. La mecedora es
vieja y mientras ella se balancea, la silla gime. —¿Es la silla que gime
o soy yo quien se lamenta?, pregunta la mujer al abismo de un vacío que
extiende una capa transparente de putrefacción a su alrededor con intención de
tragársela, de tragarse a la mujer que se balancea, de...