13 de noviembre de 2024

POETA EN TIEMPO DE MISERIA

Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.
 
Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada alegría
para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.
 
Hablaba como queriendo borrar su vida ante un testigo incómodo,
para lo cual se rodeaba de secundarios seres
que de sus desperdicios alimentaban
una grosera vanidad.
 
Compraba así el silencio a duro precio,
la posición estable a duro precio,
el derecho a la vida a duro precio,
a duro precio el pan.
 
Metal noble tal vez que el martillo batiera
para causa más pura.
Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad.
 
José Ángel Valente
La memoria y los signos
 

13 de octubre de 2024

Teoría King Kong

«Desde hace un tiempo, en Francia no nos dejan de echar la bronca con respecto a los años setenta. Que si hemos tomado el mal camino, que qué hemos hechos con la revolución sexual, que si nos creemos hombres o qué y que, con nuestras tonterías, váyase a saber dónde ha ido a parar la buena y vieja virilidad, esa de papá y del abuelo, de esos hombres que sabían morir en la guerra y conducir un hogar con una sana autoridad. Y con la ley respaldándoles. Nos echan la bronca porque los hombres tienen miedo. Como si la culpa fuera nuestra. Resulta asombroso y, como poco, moderno, que sea un dominante el que venga a quejarse de que el dominado no pone bastante de su parte… El hombre blanco, ¿se dirige aquí realmente a las mujeres o intenta más bien expresar que está sorprendido del giro que están dando globalmente sus asuntos? En cualquier caso, no es posible que nos echen tanto la bronca, que nos llamen al orden y nos controlen de este modo. Por una parte, jugamos demasiado a ser la víctima, por otra, no follamos como es debido, o somos demasiado zorras o demasiado tiernas y enamoradas. Sea lo que sea, no hemos entendido nada. O somos demasiado porno o no somos demasiado sensuales… Definitivamente, esta revolución sexual fue como echar margaritas a las tontas. Hagamos lo que hagamos, siempre hay alguien que se esfuerza por decirnos que es una mierda.»
 
Virginie Despentes
Teoría King Kong

26 de septiembre de 2024

Canto yo y la montaña baila

«POEMA PARA MI MADRE
 
Ven, madre, hagámonos compañía,
como las tejas de nuestra casa,
como los árboles de nuestra casa,
como Jesús, María y José.
 
Ven, madre, hablemos
de lo que pasa en el bosque, por la noche,
de lo que pasa en el corazón, por la noche,
y de los rayos que calcinan el cielo, y a los maridos.
 
Ven, madre, cantemos
melodías para amansar el llanto,
tonadas para confortar el gozo,
coplas para que bailen los muertos.»
 
Irene Solà
Canto yo y la montaña baila

25 de septiembre de 2024

Una habitación propia

«Mi tía, Mary Beton, murió tras sufrir un accidente ecuestre, un día en que salió a pasear en Bombay. La noticia de la herencia me llegó una noche, más o menos al tiempo que se aprobaba la ley del sufragio femenino. Un abogado la dejó en el buzón, y, al abrirla, descubrí que me había dejado quinientas libras al año de por vida. De estas dos cosas ―el voto y el dinero―, confieso que el dinero me pareció infinitamente más importante. Hasta la fecha me había ganado la vida mendigando colaboraciones ocasionales en los periódicos, informando de una exposición de burros allí o de una boda allá; había recibido unas libras por escribir sobres, leer en voz alta a mujeres ancianas, confeccionar flores artificiales o enseñar el abecedario en jardines de infantería. Ésas eran las principales ocupaciones a las que podían aspirar las mujeres antes de 1918. Me temo que no es necesario que describa con detalle la dureza del trabajo, pues es posible que conozcáis a mujeres que lo han desempeñado; ni que me extienda tampoco sobre la dificultad de vivir con lo que se gana, porque quizá lo hayáis intentado. Lo que sigue pareciéndome un castigo peor que cualquiera de estas dos cosas es el veneno del miedo y la amargura que esos días me infundieron. Para empezar, se trataba de un trabajo que no quería hacer, y además tenía que hacerlo como una esclava, halagando y adulando, lo cual quizá no siempre sea necesario, pero lo parecía, y la apuesta era demasiado alta para correr riesgos; y luego estaba el pensamiento de que ese don que era un suplicio ocultar ―un don pequeño pero muy querido para quien lo posee― se iba marchitando, y con él me marchitaba yo, se marchitaba mi alma. Era como el óxido que corroe el esplendor de la primavera, que destruye el corazón del árbol. Sin embargo, como digo, mi tía murió, y cada vez que cambio un billete de diez chelines consigo eliminar parte de ese óxido y esa corrosión; el miedo y la amargura se esfuman. Es asombroso, pensé, mientras me guardaba las monedas en el bolso, al recordar la amargura de aquellos días, el cambio de ánimo que trae consigo la percepción de una renta fija. Ninguna fuerza en el mundo puede arrebatarme mis quinientas libras. Comida, casa y vestido son míos para siempre. Así, no sólo el esfuerzo y el trabajo cesaron para mí, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre; no puede hacerme daño. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que ofrecerme. Imperceptiblemente fui adoptando una actitud distinta hacia la otra mitad de la humanidad. Era absurdo echar la culpa a una clase social o a un sexo en su conjunto. Las masas nunca son responsables de sus actos. Se mueven por instintos que escapan a su control. También ellos, los patriarcas, los profesores, afrontan un sinfín de dificultades y deben sortear numerosos obstáculos. Su educación ha sido en ciertos aspectos tan deficiente como la mía. Ha causado en ellos defectos igual de grandes. Cierto es que tenían dinero y poder, pero sólo a costa de albergar en su pecho un águila, un buitre que les arrancaba el hígado y les picoteaba los pulmones eternamente: el instinto de posesión, el furor que los llevaba a codiciar sin descanso las tierras y los bienes ajenos; a construir fronteras y banderas, buques de guerra y gases venenosos; a ofrecer sus propias vidas y las vidas de sus hijos. Os invito a que deis una vuelta por el Arco del Almirantazgo (había llegado a ese monumento) o por cualquier otra avenida consagrada a los trofeos y el cañón, y a que reflexionéis sobre la modalidad de gloria que allí se celebra. O a que observéis al agente de bolsa y al gran abogado bajo el sol de primavera, en el momento en que se disponen a entrar en algún edificio para amasar dinero, dinero, más dinero, cuando en un hecho innegable que bastan quinientas libras al año para vivir plácidamente al sol. Pensé que desvía de ser muy desagradable albergar tales instintos. Son fruto de las condiciones de vida, de la falta de civilización, me dije, fijándome en la estatua del duque de Cambridge, sobre todo en las plumas de su sombrero de tres picos, con un interés inédito en mí. Al caer en la cuenta de estos obstáculos, el miedo y el rencor se transformaron gradualmente en compasión y tolerancia; y al cabo de uno o dos años, la compasión y la tolerancia también desaparecieron y se produjo la mayor liberación de todas, que es la libertad de pensar en las cosas tal como son. Ese edificio, sin ir más lejos, ¿me gusta o no me gusta? Ese cuadro ¿es bonito o no lo es? Ese libro ¿es a mi juicio bueno o no? Lo cierto es que el legado de mi tía había levantado el velo que cubría el cielo para sustituirlo por la imponente figura de un caballero a quien Milton me recomendaba profesar una eterna devoción, para ofrecerme una visión del cielo abierto.»
 
Virginia Woolf
Una habitación propia
 
 

20 de septiembre de 2024

La guerra no tiene rostro de mujer

«Regresé cambiada… Durante mucho tiempo mi percepción de la muerte fue anormal. Bueno, extraña…
 
En Minsk empezó a transitar el primer tranvía, un día yo iba en ese tranvía. De pronto se paró, toda la gente a mi alrededor gritaba, las mujeres lloraban: “¡Se ha matado un hombre! ¡Se ha matado un hombre!”. Todo el mundo bajó y yo me quedé sola en el interior del vagón, sentada allí, no comprendía por qué lloraban todos. Yo no lo vivía como algo tan terrible. En el frente había visto tantos muertos… Ya no reaccionaba. Me acostumbré a vivir entre ellos, siempre tenías muertos a tu lado… Junto a ellos fumábamos, comíamos. Hablábamos. A diferencia de la vida normal, en la guerra ellos no estaban en algún lugar debajo de la tierra, sino que siempre estaban donde estabas tú. Contigo.
 
Después ese sentimiento volvió, otra vez experimenté miedo delante de un muerto. Dentro de un ataúd. Pasados unos años, esa sensación regresó. Volví a ser normal. Como los demás…
 
Bella Isaákovna Epstein,
francotiradora»
 
Svetlana Alexiévich
La guerra no tiene rostro de mujer

18 de septiembre de 2024

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado

«Bailey era la persona más admirable de mi mundo y la fortuna de que fuera mi hermano, mi único hermano, y yo no tuviese hermanas con las que compartirlo era tal, que me hacía proponerme llevar vida cristiana tan solo para demostrar mi gratitud a Dios. Mientras que yo era grandota, torpona y atravesada, él era pequeño, garboso y afable. Mientras que a mí nuestros compañeros de juegos me describían como de color de caca, a él lo alababan por su piel de terciopelo negro. A él el pelo le caía en rizos negros, mientras que yo tenía la cabeza cubierta de lana de acero negro y, aun así, me quería.
 
Cuando los mayores decían cosas poco agradables sobre mis facciones (la hermosura de mi familia era tal, que llegaba a resultarme dolorosa), Bailey me guiñaba un ojo desde el otro extremo de la habitación y yo sabía que no tardaría en vengarse. Dejaba a las señoras mayores acabar de preguntarse cómo diablos había podido salir yo así y después interpelaba con voz tan agradable como la grasa de cordero fría: “Oh, señora Coleman, ¿cómo está su hijo? Lo vi el otro día y parecía enfermo a morir”.
 
Las señoras, horrorizadas, preguntaban: “¿Morir? ¿De qué? ¡Si no está enfermo!”.
 
Y, con voz más zalamera que la anterior, contestaba con expresión muy seria: “De puro birria”.
 
Yo contenía la risa, me moría la lengua, apretaba los dientes y con la mayor seriedad desterraba de mi cara hasta el menor vestigio de una sonrisa. Más tarde, detrás de la casa y junto al nogal negro, nos reíamos y nos reíamos a carcajadas.»
 
Maya Angelou
Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado

17 de septiembre de 2024

Las uvas de la ira

«Aquí hay una carta que escribió mi hermano el día antes de morir. Aquí un sombrero antiguo. Estas plumas… nunca llegué a usarlas. No, no hay sitio. ¿Cómo podremos vivir sin nuestras vidas? ¿Cómo sabremos que somos nosotros si no tenemos pasado? No. Déjalo. Quémalo.
 
Sentadas miraron las cosas y se las grabaron a fuego en la memoria. ¿Cómo será no saber qué tierra hay tras la puerta? ¿Cómo será despertar por la noche y saber…, saber que el sauce no está allí?, ¿puedes vivir sin el sauce? No, no puedes. El sauce eres tú. El dolor de ese colchón…, ese dolor espantoso…, eso eres tú.
 
Y los niños… Si Sam se lleva el arco indio y el palo largo yo me tengo que llevar dos cosas. Escojo el almohadón de plumas. Es mío.
 
De pronto estaban nerviosos. Hemos de irnos ya, rápidamente. No podemos esperar. Y amontonaron sus bienes en los patios y les prendieron fuego. En pie contemplaron cómo ardían, y luego cargaron frenéticos los coches y se marcharon, entre el polvo. El polvo permaneció suspendido en el aire mucho después de que los vehículos hubiesen pasado.»
 
John Steinbeck
Las uvas de la ira

16 de septiembre de 2024

La cabaña del tío Tom

«“He recibido vuestra carta, pero demasiado tarde. Os creía infiel y la desesperación se apoderó de mí. Estoy casado, todo acabó y nuestra única esperanza es el olvido.”
 
Así terminó el novelesco sueño de Agustín Saint-Clare; así se disipó el bello ideal de su vida. Sólo le quedó la realidad; esa realidad semejante al fango que deja en las costas que abandona el azulado mar, plateado de brillantes espumas, cubierto de blancas lonas y de ligeras embarcaciones; caminando con el murmullo de las ondas, con la armoniosa cadencia de los remos y de los cantos de los pescadores, realidad diáfana, fangosa, desnuda; en una palabra, la realidad.
 
Sabido es que en las novelas nada cuesta hacer morir a los amantes que tienen el corazón despedazado, lo cual es ciertamente muy cómodo; pero en la vida real no es posible morir, aun cuando vea uno perecer en derredor suyo todo aquello que le hacía amar la existencia. Es forzoso beber, comer, vestirse, hacer visitas, vender, comprar, hablar, leer y seguir, en fin, esa imprescindible rutina que se llama vida.
 
Este recurso le quedaba a Agustín. Si su mujer hubiera sido digna de él habría podido, como pueden las mujeres, curar aquella dolorosa llaga y tejer aun de seda y oro el hilo de su vida. Pero María Saint-Clare era incapaz hasta de sospechar que su marido pudiera tener la menor pena en el corazón; pues, como ya hemos dicho, no tenía otra cosa que un cuerpo airoso, hermosos ojos y cien mil pesos: mas ninguna de estas cualidades, como puede conocerse, es bastante para consolar un corazón que padece.»
 
Harriet Beecher Stowe
La cabaña del tío Tom

12 de septiembre de 2024

SUEÑOS ROTOS

HAY canas en tu pelo. 
Los jóvenes ya no se quedan sin respiración
súbitamente cuando pasas;
mas quizá algún vejete te bendiga en susurros
pues gracias a tus oraciones
se recuperó en su lecho de muerte.
Sólo por ti, que has conocido todos los dolores del corazón
y esos dolores se los has dado a otros,
desde que la magra mocedad asumiera
la carga de la hermosura, sólo por ti
el cielo ha apartado el golpe fatal,
tan gran parte tiene en la paz que tú creas
con sólo entrar en una habitación.
Tu hermosura sólo puede dejar entre nosotros
vagos recuerdos, nada más que recuerdos.
Un joven, cuando los viejos acaben de hablar,
dirá a un viejo: —Hábleme de esa mujer
que el poeta obstinado en su pasión nos cantara
cuando ya la edad podría haberle helado la sangre.
Vagos recuerdos, nada más que recuerdos,
mas en la tumba todos, todos se renovarán.
La certidumbre de que veré a esa mujer
apoyada, o de pie, o caminando
con el primer encanto de su feminidad,
y con el fervor de mis ojos juveniles,
ha hecho que susurre como un necio.
Eres más hermosa que nadie,
y sin embargo tu cuerpo tenía un defecto:
tus pequeñas manos no eran hermosas,
y me temo que correrás
a hundirlas hasta la muñeca
en ese misterioso lago, siempre rebosante,
donde quienes han obedecido la ley sagrada
se hunden y son perfectos. Inmutables
deja las manos que he besado,
por los viejos tiempos que se fueron.
Se apaga el último tañido, es medianoche.
Todo el día en esta misma silla
de sueño en sueño y verso en verso he ido
divagando con una imagen de aire:
vagos recuerdos, nada más que recuerdos.


William Butler Yeats
Los cisnes salvajes de Coole

11 de septiembre de 2024

El ruido y la furia

«Dicen que Padre estará muerto dentro de un año si no deja de beber y no lo hará no puede desde que yo desde el verano pasado y entonces enviarán a Benjy a Jackson no puedo llorar ni siquiera puedo llorar durante un segundo permaneció en la puerta al segundo siguiente él tiraba de su vestido y gritaba su voz martilleando una y otra vez entre las paredes como oleadas y ellas encogiéndose contra la pared empequeñeciéndose más y más con la cara blanca los ojos parecían dedos clavados en su rostro hasta que él la arrojó de la habitación su voz martilleando en oleadas como si su propio ímpetu le impidiera callar como si no hubiera lugar para ella en silencio gritando»
 
William Faulkner
El ruido y la furia

3 de marzo de 2024

El vizconde demediado

«Tras las batallas, el hospital de campaña ofrecía un panorama aún más atroz que las propias batallas. En el suelo había una larga fila de camillas con los desventurados, y a su alrededor se ajetreaban los doctores, arrancándose de la mano pinzas, sierras, agujas, miembros amputados y ovillos de bramante. Muerto por muerto, hacían de todo para que cada cadáver volviera a la vida. Sierra por aquí, cose por allá, tapona conductos, volvían las venas como guantes y las colocaban otra vez en su sitio, con más bramante que sangre por dentro pero remendadas y cerradas. Cuando un paciente moría, todo lo que tenía servible valía para recomponer los miembros de otro, y así sucesivamente. Lo que más se enmarañaba eran los intestinos; una vez desenrollados, ya no se sabía como volverlos a colocar.
 
Al levantar la sábana, el cuerpo del vizconde apareció horriblemente mutilado. Le faltaba un brazo y una pierna, y no sólo eso, sino que todo lo que era tórax y abdomen entre el brazo y la pierna había desaparecido, pulverizado por aquel cañonazo recibido de lleno. De la cabeza quedaban un ojo, una oreja, una mejilla, media nariz, media boca, media barbilla y media frente; la otra mitad de la cabeza era pura papilla. Por resumir, se había salvado sólo la mitad, la parte derecha, que por lo demás estaba perfectamente conservada, sin un rasguño, salvo el enorme desgarrón que la había separado de la parte izquierda hecha migas.
 
Los médicos, encantados. —¡Huy, qué bonito caso!— Si no moría en el trance, podían intentar incluso salvarlo. Y le rodearon, mientras los pobres soldados con una flecha en un brazo morían de septicemia. Cosieron, colocaron, pegaron; quién sabe lo que hicieron. El caso es que al día siguiente mi tío abrió el único ojo, la media boca, dilató la nariz y respiró. La fuerte fibra de los Terralba había resistido. Ahora estaba vivo y partido por la mitad.»
 
Italo Calvino
El vizconde demediado

2 de marzo de 2024

Lady L.

«En Armand Denis había, además, un profundo odio ideológico hacia la música, la poesía y el arte en general, en primer lugar porque no se dirigía más que a las élites y, en segundo lugar, porque toda búsqueda de la belleza le parecía un insulto al pueblo, en tanto que no se integraba dentro de un esfuerzo general por cambiar su situación.»
 
Romain Gary
Lady L.

6 de febrero de 2024

Pastoral americana

«Cuando era pequeña solía decirle que era una solitaria, y él nunca imaginó de dónde había sacado esa palabra. Solitaria. Una palabra muy triste oída a una niña de dos años. Pero ella había aprendido a decir muchas cosas demasiado pronto, al principio había hablado de una manera tan fácil, tan inteligente… tal vez era ésa la causa del tartamudeo, todas esas palabras que conocía misteriosamente antes de que otros niños supiera pronunciar sus nombres, la sobrecarga emocional de un vocabulario que incluso incluía la expresión “soy una solitaria”.»
 
Philip Roth
Pastoral americana

1 de mayo de 2023

La maravillosa vida breve de Óscar Wao

«Esa noche Beli navegó en un gran océano de soledad, zarandeada por chubascos de desesperación, y una de las veces que se quedó dormida, soñó que había muerto de verdad y para siempre y que ella y su hijo compartían un ataúd. Cuando al fin despertó, ya era noche y, afuera, en la calle se desplegaba un grado de pena como nunca antes había conocido, una cacofonía de lamentos que parecía haber sido arrancada del alma resquebrajada de la propia humanidad. Como una canción fúnebre para el planeta entero.
 
Mamá, jadeó, mamá.
 
¡Mamá!
 
Tranquilízate, muchacha.
 
Mamá, ¿eso es por mí? ¿Me estoy muriendo? Dime, mamá.
 
Ay, hija, no seas ridícula. La Inca puso las manos, como guiones torpes, alrededor de la muchacha. Bajó la boca a su oído: Es Trujillo.
 
Lo mataron a balazos, susurró, la misma noche que habían secuestrado a Beli.
 
Nadie sabe nada todavía. Salvo que está muerto.»
 
Junot Díaz
La maravillosa vida breve de Óscar Wao

26 de abril de 2023

Plomo en los bolsillos

«Jacques Anquetil, el campeón preciso, no ganaba carreras: las resolvía. Interpretaba las vueltas como si fueran un problema matemático y sopesaba todas las variables. Estudiaba el recorrido de las etapas, memorizaba los tramos peligrosos, analizaba las características de sus rivales, preveía las circunstancias en las que podían tenderle emboscadas, estimaba las alianzas naturales y los enfrentamientos directos que podía traer la carrera, establecía las funciones exactas de sus gregarios para el ataque y la defensa, preveía cuántos minutos ganaría en las contrarrelojes y así calculaba los minutos que podía perder en las montañas. Y casi siempre ganaba. Fue el primer ciclista en conquistar cinco Tours de Francia. Pero ganaba con tanta exactitud y tan aparente facilidad que muchos aficionados franceses le silbaban y abucheaban desde la cuneta. “¿Por qué me silban a mí y no a mis rivales, que no han corrido lo suficiente?”, se preguntaba Anquetil. Le silbaban por sus victorias tan medidas, sin derroches, sin escapadas grandiosas ni arrebatos de pasión. Le silbaban también porque era un figurín rubio de ojos claros, seductor de bailarinas de teatro y de la mujer de su médico ―tras su muerte se supo que incluso había tenido una hija con su propia hijastra―, le silbaban porque se daba grandes banquetes de marisco y vino blanco. Y le silbaban, sobre todo, porque siempre ganaba a Raymond Poulidor.
 
Poulidor, hijo de campesinos pobres, era el favorito de los franceses. Porque en el Tour siempre estaba a punto de ganarlo todo y nunca ganaba nada. Porque era un personaje oscuro, cerril, que se moría sobre la bicicleta para perseguir una victoria gloriosa, pero la desgracia le enviaba siempre un pinchazo, una caída o incluso un motorista que lo arrollaba. El dramático Poulidor pasó quince años rondando el triunfo final del Tour: entre 1962 y 1976, subió al podio de París ocho veces ―tres segundos puestos y cinco terceros― pero no vistió el maillot amarillo ni una sola jornada. Le cerraron el camino las grandes figuras de ambas décadas (Anquetil y Merckx), pero también otros ciclistas menos brillantes que sin embargo tuvieron una ocasión, al que nunca disfrutó Poulidor, para concentrar en un año toda su suerte y su fuerza, y así conquistar un Tour (Gimondi, Aimar, Pingeon, Thévenet, Van Impe). El público se decantó por Poulidor, el héroe maldito, y despreció a Anquetil, el héroe bendecido por los dioses.»
 
Ander Izagirre
Plomo en los bolsillos

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