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17 de septiembre de 2024

Las uvas de la ira

«Aquí hay una carta que escribió mi hermano el día antes de morir. Aquí un sombrero antiguo. Estas plumas… nunca llegué a usarlas. No, no hay sitio. ¿Cómo podremos vivir sin nuestras vidas? ¿Cómo sabremos que somos nosotros si no tenemos pasado? No. Déjalo. Quémalo.
 
Sentadas miraron las cosas y se las grabaron a fuego en la memoria. ¿Cómo será no saber qué tierra hay tras la puerta? ¿Cómo será despertar por la noche y saber…, saber que el sauce no está allí?, ¿puedes vivir sin el sauce? No, no puedes. El sauce eres tú. El dolor de ese colchón…, ese dolor espantoso…, eso eres tú.
 
Y los niños… Si Sam se lleva el arco indio y el palo largo yo me tengo que llevar dos cosas. Escojo el almohadón de plumas. Es mío.
 
De pronto estaban nerviosos. Hemos de irnos ya, rápidamente. No podemos esperar. Y amontonaron sus bienes en los patios y les prendieron fuego. En pie contemplaron cómo ardían, y luego cargaron frenéticos los coches y se marcharon, entre el polvo. El polvo permaneció suspendido en el aire mucho después de que los vehículos hubiesen pasado.»
 
John Steinbeck
Las uvas de la ira

8 de marzo de 2023

Las uvas de la ira

«Y por fin los enviados llegaban al fondo de la cuestión. El sistema de arrendamiento ya no funciona. Un hombre con un tractor puede sustituir a doce o catorce familias. Se le paga un sueldo y se queda uno con toda la cosecha. Lo tenemos que hacer. No nos gusta, pero el monstruo está enfermo. Algo le ha sucedido al monstruo.
 
Pero van a matar la tierra con el algodón.
 
Lo sabemos. Tenemos que obtener el algodón rápidamente antes de que la tierra muera. Entonces la venderemos. A montones de familias del este les gustará poseer un trozo de tierra.
 
Los arrendatarios levantaban la vista alarmados. Pero, ¿qué pasa con nosotros? ¿Cómo vamos a comer?
 
Os tendréis que ir de las tierras. Los arados saldrán por los portones.
 
Entonces los hombres acuclillados se erguían airados. El abuelo se cogió la tierra y tuvo que matar indios para que se fueran. Y Padre nació aquí y arrancó las malas hierbas y mató serpientes. Luego vino un mal año y tuvo que pedir prestado algo de dinero. Y nosotros nacimos aquí. Los que están en la puerta, nuestros hijos, nacieron aquí. Y Padre tuvo que pedir dinero prestado. Entonces el banco se apropió de la tierra, pero nos quedamos y conservamos una pequeña parte de la cosecha.
 
Ya lo sabemos, todo eso lo sabemos. No somos nosotros, es el banco. Un banco no es como un hombre, el propietario de cincuenta mil acres tampoco es como un hombre: es el monstruo.
 
Sí, claro, gritaban los arrendatarios, pero es nuestra tierra. Nosotros la medimos y la dividimos. Nacimos en ella, nos mataron aquí. Aunque no sea buena sigue siendo nuestra. Esto es lo que la hace nuestra: nacer, trabajar, morir en ella. Esto es lo que da la propiedad, no un papel con números.
 
Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es como un hombre.
 
Sí, pero el banco no está hecho más que de hombres.
 
No, estás equivocado, estás muy equivocado. El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar.»
 
John Steinbeck
Las uvas de la ira 

1 de febrero de 2017

La perla

«Kino se había maravillado muchas veces del férreo temperamento de su sufrida, frágil mujer. Ella, que era obediente y respetuosa y alegre y paciente, era también capaz de arquear la espalda por los dolores del parto sin apenas un grito. Soportaba la fatiga y el hambre incluso mejor que el mismo Kino. En la canoa era como un hombre fuerte. Y ahora hizo una cosa aún más sorprendente.

—El médico —dijo—. Id a buscar al médico.

La voz se corrió entre los vecinos, apiñados en el pequeño patio, tras el seto. Y se repetían unos a otros: “Juana quiere al médico.” Maravilloso, memorable, pedir que viniera el médico. Conseguirlo sería notable. Él jamás venía a las cabañas. ¿Por qué habría de hacerlo, si los ricos que vivían en las casas de piedra y argamasa del pueblo le daban más trabajo del que podía hacer?»

John Steinbeck
La perla

11 de julio de 2014

La perla



«Los cuatro mendigos de delante de la iglesia lo sabían todo del pueblo. Eran estudiosos de las expresiones de las jóvenes que iban a confesarse, y las veían al salir y leían la naturaleza del pecado. Conocían todos los pequeños escándalos y algunos grandes crímenes. Dormían en sus puestos, a la sombra de la iglesia, de modo que nadie podía entrar allí en busca de consuelo sin que ellos se enteraran. Y conocían al médico. Conocían su ignorancia, su crueldad, su avaricia, sus apetitos, sus pecados. Conocían sus chapuceros abortos y la poca calderilla que de tanto en tanto daba de limosna. Habían visto entrar en la iglesia todos sus cadáveres.»

John Steinbeck
La perla

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