22 de enero de 2021

El juego de Ender


«—Peter, tienes doce años. Yo tengo diez. Hay un nombre para las personas de nuestra edad. Nos llaman niños y nos tratan como a ratones.
—Pero nosotros no pensamos como los demás niños, ¿verdad, vale? No hablamos como los demás niños. Y sobre todo, no escribimos como los demás niños.
—Para ser una discusión que se inició con amenazas de muerte, me parece, Peter, que nos hemos desviado del tema.
 
Sin embargo, Valentine descubrió que estaba entusiasmada. Escribir era una de las cosas que Val hacía mejor que Peter. Los dos lo sabían. Incluso, Peter lo mencionó una vez, cuando dijo que él siempre veía lo que los otros odiaban más de sí mismos para intimidarlos, mientras que Val siempre veía lo que los otros apreciaban más de sí mismos, para adularlos. Era una forma cínica de decirlo, pero era verdad. Valentine podía inculcar su punto de vista a los demás; podía convencerles de que querían lo que ella quería que quisieran. Peter, por otro lado, sólo podía hacerles temer lo que él quería que temieran.»
 
Orson Scott Card
El juego de Ender

22 de diciembre de 2020

Luz de agosto


«Han bastado una o dos preguntas para que Lena, sentada en el más alto escalón, con el abanico y el hatillo sobre sus rodillas, relate de nuevo su historia con la paciente y transparente recapitulación de niño que miente; y los hombres, con sus monos de trabajo, la escuchan tranquilamente, en cuclillas a su alrededor.
 
—Ese muchacho se llama Bunch —dice Varner—. Y hará como unos siete años que trabaja en el aserradero. ¿Cómo sabe usted que Bunch está también allí?
 
Ella mira hacia la carretera, en dirección a Jefferson. Su rostro está tranquilo, atento, un poco despegado, pero sin nada de ausente:
 
—Creo que estará allí, en ese aserradero. A Lucas le han gustado siempre el cambio y la novedad. Nunca le ha gustado una vida tranquila. Por eso no le convino nunca el aserradero de Doane. Por eso decidió… decidimos cambiar: por el dinero y por la novedad.
 
—Por el dinero y por la novedad —dijo Varner—. Lucas no es el primer mocoso que, por el dinero y por la novedad, ha dejado de hacer aquello para lo que había nacido y ha abandonado a los que dependían de que lo hiciese.
 
Pero, aparentemente, Lena no escuchaba. Sentada tranquilamente sobre el más alto escalón, mira aquel sitio en donde la carretera tuerce vacía y ascendente, hacia Jefferson. Los hombres, en cuclillas contra la pared, miran su rostro encalmado y plácido y piensan lo que Armstid pensaba y lo que Varner piensa: que sueña con un bribón que la ha dejado en apuros y a quien ellos saben muy bien que no volverá a ver jamás, a no ser, tal vez, los faldones de su chaqueta tensados por el viento de la carrera.»
 
William Faulkner
Luz de agosto

10 de octubre de 2020

Todos deberíamos ser feministas


«El Feminismo Light recurre al lenguaje de la “permisión”. Theresa May es la primera ministra británica y un diario progresista de su país describía así a su marido: “Philip May es conocido en la política por ser un hombre que ha dado un paso atrás para permitir que sea su mujer, Theresa, quien brille”.
 
Permitir.
 
Démosle la vuelta. Theresa May ha permitido brillar a su marido. ¿Tiene sentido? Si Philip May fuera primer ministro quizá oiríamos que su esposa le ha “apoyado” desde un segundo plano o que está “detrás de él” o “a su lado”, pero jamás que le ha “permitido” brillar.
 
“Permitir” es una palabra preocupante. “Permitir” habla del poder. A menudo escucharás a miembros del capítulo nigeriano del Feminismo Light decir: “Dejad que la mujer haga lo que le plazca siempre y cuando su marido se lo permita”.
 
Un marido no es un director de escuela. Una esposa no es una colegiala. El permiso y el beneplácito, cuando son unilaterales –como ocurre casi siempre–, jamás debieran formar parte del lenguaje de un matrimonio igualitario.»
 
Chimamanda Ngozi Adichie
Todos deberíamos ser feministas

6 de octubre de 2020

Barba Azul


«Ayer, en el fútbol, tengo que confesar que no hice más que pensar en ti; dos equipos en calidad de compañeros de cama tuyos; once con camiseta blanca y once con camiseta roja, además el árbitro, calvo, y dos jueces de línea; esto hace exactamente veinticinco hombres. Como tú dijiste. No puedo dejar de imaginármelo. A fin de cuentas tienes treinta y un años. Cuántos hombres se han acostado contigo es algo que no debiera haber preguntado, y tú has contestado con tanta franqueza… ¡Perdona la pregunta! Además, en el fútbol he tenido en cuenta lo que también me dijiste, que a dos de ellos hubieras preferido sólo acariciarlos, y por esto ya no he mirado más a los dos jueces de línea, bastaba con el resto; tú con dos equipos completos y además los reservas, sentados en el banco, y uno que hace precalentamiento corriendo por el lado del campo; era para volverse loco; y por la tarde te veo debajo de la ducha.»
 
Max Frisch
Barba Azul
 

5 de octubre de 2020

Harry Potter y la piedra filosofal


«—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible —dijo Dumbledore, y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—. Entonces —continuó Dumbledore, bajando del pupitre para sentarse en el suelo con Harry—, tú, como cientos antes que tú, has descubierto las delicias del espejo de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no?
—Bueno… me mostró a mi familia y…
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe…?
—No necesito una capa para ser invisible —dijo amablemente Dumbledore—. Y ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo de Oesed a todos nosotros?
 
Harry negó con la cabeza.
 
—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el espejo de Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá exactamente como es. ¿Eso te ayuda?
 
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
 
—Nos muestra lo que queremos… lo que sea que queremos…
—Sí y no —dijo con calma Dumbledore—. Nos muestra ni más ni menos que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que nunca conociste a tu familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre ha sido sobrepasado por sus hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos. Sin embargo, este espejo no nos dará conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto, fascinados por lo que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra es real o siquiera posible.»
 
J. K. Rowling
Harry Potter y la piedra filosofal 

7 de septiembre de 2020

CANCIÓN DE AMOR DE SAN SEBASTIÁN

Apareceré con mi hábito de estameña

Apareceré con la lámpara en medio de la noche

Me sentaré a los pies de tu escalera;

Me flagelaré hasta sangrar

Tras horas y horas de oración

Tortura y placer

Hasta que mi sangre rodee la lámpara

Y destelle a su luz;

Me levantaré y seré tu neófito

Y apagaré la luz

Para seguirte donde me guíes,

Para seguirte donde tus pies sean blancos

Hasta tu cama en la oscuridad

Donde esté tu manto blanco

Junto a tu manto el pelo trenzado.

Entonces me aceptarás

Porque yo era odioso a tus ojos

Me aceptarás sin avergonzarte

Porque yo estaría muerto

Y cuando llegara la mañana

Reclinaría la cabeza en tu pecho.

 

Llegaría con una toalla en la mano

Apoyaría tu cabeza entre mis rodillas;

Tus orejas tienen un curioso pliegue

Nadie en el mundo tiene un pliegue igual.

Cuando todo el mundo se derrita al sol,

Se derrita o se congele,

Recordaré ese pliegue de tus orejas.

Me demoraría un momento

Seguiría la curva con el dedo

Tu cabeza dejado de mis rodillas:

Creo que por fin lo comprenderías.

Ya no habría nada más que decir.

Me amarías porque yo te habría estrangulado

Y a causa de mi infamia;

Yo te amaría más porque te habría mutilado

Porque ya no serías hermoso

Para nadie excepto para mí.

 

T. S. Eliot

Inventos de la liebre de marzo

 

Imagen: San Sebastián, Guido Reni


3 de junio de 2020

Las dos caras de enero


«Afortunadamente quedaban camarotes de primera clase. A Rydal no le apetecía ir ni en segunda clase en un barco como aquél. Probablemente había una tercera clase en las entrañas del barco y la cubierta principal a popa estaba ya atestada de pasajeros que viajaban al aire libre las veinticuatro horas que duraba la travesía. La gente comía naranjas, plátanos y bocadillos y tiraba los desperdicios por la borda o en el suelo. Al vislumbrar a esas gentes, mientras subía la pasarela, Rydal se había sentido deprimido. Parecían ganado en un redil, sólo que éstos ya se estaban empujando y disputándose el sitio para pasar la noche, y algunos ya habían tomado posiciones y se habían tumbado sobre la cubierta, negándose a moverse, pues el ser humano tiene la capacidad de prever.»

Patricia Highsmith
Las dos caras de enero


1 de febrero de 2020

Mientras escribo


«Los alcohólicos erigen defensas como diques los holandeses. Yo me pasé los primeros doce años de mi vida matrimonial diciéndome que “sólo me gustaba beber”. También empleé la Defensa Hemingway, famosa en el mundo entero. Nunca se ha expuesto con claridad (porque no sería de machos), pero consiste más o menos en lo siguiente: soy escritor, y por lo tanto muy sensible, pero también soy un hombre, y los hombres de verdad no se dejan gobernar por la sensibilidad. Eso sería de maricas. En conclusión, que bebo. ¿Hay alguna otra manera de afrontar el horror existencial y seguir trabajando? Oye, y que no pasa nada, que controlo. Como buen machote.»

Stephen King
Mientras escribo

30 de enero de 2020

También esto pasará


«Los hombres, muy simpáticos y un poco formales, utilizan la cultura y un sentido del humor muy calculado como protección contra el mundo y como maniobra de despiste de un físico incómodo y poco agraciado —que sin embargo no les impide juzgar cruda e implacablemente la belleza femenina—, cierta caballerosidad afectada y condescendiente como sustituto de la buena educación y una manera pulcra y pequeñoburguesa de vestir, como si su madre todavía les escogiese y les planchase la ropa. Sus armas son la inteligencia, el sentido del humor y un ojo infalible para detectar las miserias ajenas.»

Milena Busquets
También esto pasará

25 de enero de 2020

ELEGÍA


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández
El rayo que no cesa

14 de diciembre de 2019

Don Quijote de la Mancha


«―Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante, que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado, y aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee.»

Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha

24 de noviembre de 2019

Romance del soldadito


—Soldadito, soldadito,
¿de dónde ha venido usted?
—De la guerra, señorita.
¿Qué se le ha ofrecido usted?
—¿Ha visto usted a mi marido
en la guerra alguna vez?
—No, señora, no lo he visto,
ni sé las señas de él.
—Mi marido es alto, rubio,
alto, rubio, aragonés
y en la punta de la espada
lleva un pañuelo holandés;
se lo bordé siendo niña,
siendo niña lo bordé,
otro que le estoy bordando
y otro que le bordaré.
—Por las señas que me ha dado,
su marido muerto es;
lo llevan a Zaragoza
a casa de un coronel.
—Siete años he esperado,
otros siete esperaré.
Si a los catorce no viene,
monjita me meteré.
—Calla, calla, Isabelita.
Calla, casa, Isabel.
Yo soy tu querido esposo;
tú, mi querida mujer.

Anónimo

13 de octubre de 2019

El mito de Sísifo

«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que se debe profundizar a fin de hacerlas claras para el espíritu.

Si me pregunto en qué puedo basarme para juzgar si tal cuestión es más apremiante que tal otra, respondo que en los actos a los que obligue. Nunca vi morir a nadie por el argumento ontológico. Galileo, que defendía una verdad científica importante, abjuró de ella con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál gira alrededor del otro, si la tierra o el sol. Para decirlo todo, es una cuestión baladí. En cambio, veo que muchas personas mueren porque estiman que la vida no vale la pena de vivirla. Veo a otras que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante. ¿Cómo contestarla? Con respecto a todos los problemas esenciales, y considero como tales a los que ponen en peligro la vida o los que decuplican el ansia de vivir, no hay probablemente sino dos métodos de pensamiento: el de Pero Grullo y el de Don Quijote. El equilibrio de evidencia y lirismo es lo único que puede permitirnos llegar al mismo tiempo a la emoción y a la claridad. Se concibe que en un tema a la vez tan humilde y tan cargado de patetismo, la dialéctica sabia y clásica deba ceder el lugar, por lo tanto, a una actitud espiritual más modesta que procede a la vez del buen sentido y de la simpatía.

Siempre se ha tratado del suicidio como de un fenómeno social. Por el contrario, aquí se trata, para comenzar, de la relación entre el pensamiento individual y el suicidio. Un acto como éste se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra. El propio suicida lo ignora. Una noche dispara o se sumerge. De un gerente de inmuebles que se había matado, me dijeron un día que había perdido a su hija hacía cinco años y que esa desgracia le había cambiado mucho, le había “minado”. No se puede desear una palabra más exacta. Comenzar a pensar es comenzar a estar minado. La sociedad no tiene mucho que ver con estos comienzos. El gusano se halla en el corazón del hombre y en él hay que buscarlo. Este juego mortal, que lleva de la lucidez frente a la existencia a la evasión fuera de la luz, es algo que debe investigarse y comprenderse.

Muchas son las causas para un suicidio, y, de una manera general, las más aparentes no han sido las más eficaces. La gente se suicida rara vez (sin embargo, no se excluye la hipótesis) por reflexión. Lo que desencadena la crisis es casi siempre incontrolable. Los diarios hablan con frecuencia de “penas íntimas” o de “enfermedad incurable”. Son explicaciones válidas. Pero habría que saber si ese mismo día un amigo del desesperado no le habló con un tono indiferente. Ese sería el culpable, pues tal cosa puede bastar para precipitar todos los rencores y todos los cansancios todavía en suspenso.

Pero si es difícil fijar el instante preciso, el paso sutil en que el espíritu ha apostado a favor de la muerte, es más fácil extraer del acto mismo las consecuencias que supone. Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende.»

Albert Camus
El mito de Sísifo

15 de agosto de 2019

El doctor Zhivago

«Es decir, con otras palabras, ¿qué será de su conciencia? Pero ¿qué es la conciencia? Veamos. Desear conscientemente dormir es verdadero insomnio, intentar conscientemente advertir el trabajo de la propia digestión es ir en busca de un trastorno de tipo nervioso. La conciencia es un veneno, un instrumento de autointoxicación para el individuo que la aplica a sí mismo. La conciencia es luz dirigida hacia fuera y que ilumina el resto del camino ante nosotros para evitar que tropecemos. La conciencia es el faro encendido en la parte delantera de la locomotora en marcha. Dirige la luz hacia el interior y se producirá la catástrofe.

Por lo tanto, ¿qué será de su conciencia? Digo bien, suya. Suya. Pero, ante todo, ¿qué es usted? Ésta es la cuestión. Tratemos de orientarnos. ¿De qué modo tiene memoria de sí misma, de qué parte de su organismo es consciente? ¿De sus riñones, del hígado, de los vasos sanguíneos? No, recuerde y verá que siempre estuvo expresada hacia fuera en un acto, en la obra de sus manos, en su familia, en los demás. Y escúcheme ahora con atención. El alma del hombre es justamente el hombre presente en los otros hombres. Esto es lo que es, esto es lo que ha respirado, de lo que se ha alimentado y embriagado durante toda la vida su conciencia. De su alma, de su inmortalidad, de su vida en los demás. ¿Y qué? Ha vivido en los otros y en los otros se quedará. ¿Qué diferencia implica para usted que luego se llama recuerdo? Habrá entrado en la composición del futuro.

Una última cosa. No hay de qué preocuparse. La muerte no existe. La muerte no está en nosotros. He hablado de inteligencia, y esto es otra cosa, una cosa nuestra, accesible para nosotros. La inteligencia, el talento, en el sentido más amplio, es el don de la vida.

No habrá muerte, dice san Juan Evangelista, y verá qué siempre es su argumentación. No habrá muerte porque aquello que fue antes ya ha pasado. Poco más o menos es esto: no habrá muerte porque esto ya fue, es viejo y se aburre, y ahora es necesario algo nuevo y lo nuevo es la vida eterna.»

Borís Pasternak
El doctor Zhivago

3 de agosto de 2019

La Regenta


«Vetusta era su pasión y su presa. Mientras los demás le tenían por sabio teólogo, filósofo y jurisconsulto, él estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta. La conocía palmo a palmo, por dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, había escudriñado los rincones de las conciencias y los rincones de las casas. Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula; hacía su anatomía, no como el fisiólogo que sólo quiere estudiar, sino como el gastrónomo que busca los bocados apetitosos; no aplicaba el escalpelo sino el trinchante.

Y bastante resignación era contentarse, por ahora, con Vetusta. De Pas había soñado con más altos destinos, y aún no renunciaba a ellos. Como recuerdos de un poema heroico leído en la juventud con entusiasmo, guardaba en la memoria brillantes cuadros que la ambición había pintado en su fantasía; en ellos se contemplaba oficiando de pontifical en Toledo y asistiendo en Roma a un cónclave de cardenales. Ni la tiara le pareciera demasiado ancha; todo estaba en el camino; lo importante era seguir andando. Pero estos sueños según pasaba el tiempo se iban haciendo más y más vaporosos, como si se alejaran. Así son las perspectivas de la esperanza, pensaba el Magistral; cuanto más nos acercamos al término de nuestra ambición, más distante parece el objeto deseado, porque no está en lo porvenir, sino en lo pasado; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro soñador que se queda atrás, en el lejano día del sueño… No renunciaba a subir, a llegar cuanto más arriba pudiese, pero cada día pensaba menos en estas vaguedades de la ambición a largo plazo, propias de la juventud. Había llegado a los treinta y cinco años y la codicia del poder era más fuerte y menos idealista; se contentaba con menos pero lo quería con más fuerza, lo necesitaba más cerca; era el hambre que no espera, la sed en el desierto que abrasa y se satisface en el charco impuro sin aguardar a descubrir la fuente que está lejos en lugar desconocido.»

Leopoldo Alas, “Clarín”
La Regenta

Fotografía: contemplando la catedral de Oviedo. 

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