8 de septiembre de 2014

El diablo de la botella



«Así fue como Keawe cortejó a Kokua. Las cosas habían ido muy deprisa, pero también va deprisa una flecha, y aún más veloz la bala de un fusil, y ambas dan en el blanco. Las cosas habían ido muy rápido, pero también habían llegado lejos, y la muchacha no dejaba de pensar en Keawe. Oía su voz en las olas que rompían contra la lava, y por aquel joven al que sólo había visto dos veces hubiera dejado a su padre, a su madre y sus islas naturales.»

Robert Louis Stevenson
El diablo de la botella

5 de septiembre de 2014

El amor en los tiempos del cólera



«Tenía veintiocho años y había parido tres veces, pero su desnudez conservaba intacto el vértigo de soltería. Florentino Ariza no había de entender nunca cómo unas ropas de penitente habían podido disimular los ímpetus de aquella potranca cerrera que lo desnudó sofocada por su propia fiebre, como no podía hacerlo con el esposo para que no la creyera una corrompida, y que trató de saciar en un solo asalto la abstinencia férrea del duelo, con el aturdimiento y la inocencia de cinco años de fidelidad conyugal. Antes de esa noche, y desde la hora de gracia en que su madre la parió, no había estado nunca ni siquiera en la misma cama con un hombre distinto del esposo muerto.

No se permitió el mal gusto de un remordimiento. Al contrario. Desvelada por las bolas de candela que pasaban zumbando sobre los tejados, siguió evocando hasta el amanecer las excelencias del marido, sin reprocharle otra deslealtad que la de haberse muerto sin ella, y redimida por la certidumbre de que nunca había sido tan suyo como lo era entonces, dentro de un cajón clavado con doce clavos de tres pulgadas, y a dos metros debajo de la tierra.»

Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera

2 de septiembre de 2014

La lucha por la vida

«Sentáronse todos a la mesa, y la Salomé, la cuñada del zapatero, se encargó de servir la comida. Manuel no conocía a la Salomé. Era parecidísima a su hermana, la madre del Vidal. Las dos, de mediana estatura, tenían la nariz corta y descarada, los ojos negros y hermosos; a pesar de su semejanza física, las diferenciaba por completo su aspecto: la madre de Vidal, llamada Leandra, sucia, despeinada, astrosa, con trazas de mal humor, parecía mucho más vieja que Salomé, aunque no la llevaba más que tres o cuatro años. La Salomé mostraba en su semblante aire alegre y decidido.

¡Y lo que es la suerte! La Leandra, a pesar de su abandono, de su humor agrio y de su afición al aguardiente, estaba casada con un hombre trabajador y bueno, y, en cambio, la Salomé, dotada de excelentes condiciones de laboriosidad y buen genio, había concluido amontonándose con un gachó entre estafador, descuidero y matón, del cual tenía dos hijos. Por un espíritu de humildad o de esclavitud, unido a un natural independiente y bravío, la Salomé adoraba a su hombre, y se engañaba a sí misma, para considerarlo como tremendo y bragado, aunque era cobarde y gandul. El bellaco se había dado cuenta clara de la cosa, y cuando le parecía bien, con ceño terrible aparecía en la casa y exigía los cuartos que la Salomé ganaba cosiendo a máquina, a cinco céntimos las dos varas. Ella daba sin pena el producto de su penoso trabajo, y muchas veces el truhán no se contentaba con sacarle el dinero, sino que la zurraba además.»

Pío Baroja
La busca

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