30 de septiembre de 2013

Carta de una desconocida

«Finalmente, al tercer día te vi y la sorpresa fue conmovedora. Eras tan distinto, con tan poca semejanza a mi imagen infantil de un dios paternal… Había soñado con un viejo bonachón y con gafas, pero llegaste tú, con el mismo aspecto que tienes ahora, un hombre que no cambia, para el que los años no pasan. Vestías un encantador traje deportivo marrón claro y subías la escalera de dos en dos, con tu juvenil e incomparable estilo. El sombrero lo llevabas en la mano, por lo que, con indescriptible sorpresa, pude ver tu radiante y despierto rostro y tu cabello lleno de vida. Me asusté de lo joven, guapo, esbelto y elegante que eras. Es extraño que en ese primer segundo pudiera descubrir eso que en ti me sorprende y sorprende a los demás. Vi que eras dos personas en una: un joven ardiente, impulsivo y aventurero, y, al mismo tiempo, en tu arte, un hombre enormemente serio, responsable y cultivado. Sin darme cuenta percibí algo que después vieron todos, que llevabas una doble vida, una vida con una superficie abierta al mundo y otra en la sombra, que sólo tú conocías. Esta profunda ambigüedad, el misterio de tu existencia, me atrajo desde el primer momento, cuándo sólo tenía trece años.»

Stefan Zweig
Carta de una desconocida

25 de septiembre de 2013

Héroes




«Conocí a un chico que era alérgico al polen y al polvo y al serrín y al humo provocado por combustión de carburantes y a las ensaladas y a los gatos y a las ballenas y a las fibras sintéticas y a uno de cada dos medicamentos. Era uno de esos chicos que no hablan con nadie. Parecía uno de los que viven en campanas de cristal, pero era alérgico a las campanas de cristal, así que tenía que enfrentarse con todas sus alergias. Llevaba sus alergias encima como un viajante de comercio lleva sus maletas. Demostró legalmente que era alérgico a sus padres, así que sus padres tuvieron que darle una pensión vitalicia sin disfrutar a cambio del consuelo de agujerear sus zapatos con sus propias desgracias, además él ni siquiera llevaba zapatos porque era alérgico a la piel y al caucho. Le hicieron unos zapatos de madera pero a él le pareció que era como andar con dos ataúdes chiquititos en los pies, así que los tiró por la ventana. Una chica que pasaba por la calle recogió los zapatos, y como nunca había visto unos zapatos tan raros subió a ver de quién eran. El chico abrió la puerta y la chica entró, los dos se miraron un rato y los dos llevaban solos demasiado tiempo, así que se abrazaron un poco a ver qué pasaba y resultó que la chica iba vestida con fibras sintéticas y tenía ojos de gato, y estaba gorda como una ballena y tenía polen en el pelo y serrín en el cerebro y antibióticos en los dedos y ensaladas en la falda y un motor de explosión que le ayudaba a subir las escaleras. El chico se murió con una estúpida y gigante sonrisa de felicidad en la cara.»

Ray Loriga
Héroes

21 de septiembre de 2013

El espejo que huye




«Y sin embargo —pensé—, yo mismo he sido en otra época este hombre del que me burlo, este joven ridículo e ignorante. Él es todavía, de alguna manera, yo mismo. Durante estos largos años he vivido, he visto, he adivinado, he pensado y él ha permanecido aquí, en soledad, intacto, perfectamente igual a ese que era yo el día que dejé estos lugares. Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en este tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora deprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendrá piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo?»

Giovanni Papini
El espejo que huye

17 de septiembre de 2013

El arte de amar



“El amor, como la milicia, rechaza a los pusilánimes y los tímidos que no saben defender sus banderas. Las sombras de la noche, los fríos del invierno, las rutas interminables, la crueldad del dolor y toda suerte de trabajos, son el premio de los que militan en su campo. ¡Qué de veces tendrás que soportar el chaparrón de la alta nube y dormir a la inclemencia sobre el duro suelo! Dicen que Apolo apacentó en Fera las vacas de Admeto y se recogía en una humilde cabaña. ¿Quién no resistirá lo que Apolo lleva en paciencia? Despójate del orgullo, ya que pretendes trabar con tu amada lazos perdurables. Si en casa te niegan un acceso fácil y seguro y se te opone la puerta asegurada con el cerrojo, resbálate sin miedo por el lecho o introdúcete furtivamente por la alta ventana. Se alegrará cuando sepa el peligro que corriste por ella, y en tu audacia verá la prenda más segura del amor.”

Ovidio
El arte de amar

9 de septiembre de 2013

Soy Leyenda



«Bueno, entonces, se ordenó a sí mismo, ahora te vas a la cama. No vas a perderte en veinte caminos distintos. No puedes continuar así. Eres una ruina emocional.

Lo primero: conseguir un microscopio. Lo primero, repitió mientras se desvestía, ignorando aquel nudo en el estómago, el deseo de sumergirse sin más en la investigación.

Casi se sentía enfermo, acostado allí en la oscuridad, y planeando un solo paso adelante. Sabía que debía ser así. Un primer paso, un primer paso, maldita sea, un primer paso.

Sonrió forzadamente en las sombras, consolándose con la idea de aquel trabajo definido.

Se permitió sin embargo, antes de dormir, un nuevo pensamiento. Las picaduras, los insectos, la transmisión de hombre a hombre… ¿bastaba eso para explicar la horrible rapidez de la plaga?

Se durmió con la pregunta en la mente. Y, a las tres de la mañana, despertó sintiendo que otra tormenta de arena sacudía la ciudad. Y de pronto, en una fracción de segundo, encontró la relación.»

Richard Matheson
Soy Leyenda

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