Hotel Savoy

«—Quiero hacer una revolución aquí —dijo Zwonimir, con tanta sencillez como si dijera “voy a escribir una carta”.

 

Me doy cuenta de que Zwonimir es agitador porque le gusta el jaleo. Es turbulento, pero sincero, y tiene fe en su revolución.

 

—Tú puedes ayudarme —me dice.

—No, no puedo —le digo.

 

Y explico a Zwonimir que yo soy un solitario y que no tengo ningún sentido de la comunidad.

 

—Soy un egoísta —le dig0—, un verdadero egoísta.

—Una palabra intelectual —me reprocha Zwonimir—, todas las palabras intelectuales son deshonestas. En el lenguaje normal, no podrías decir algo tan feo.

 

No puedo responderle.

 

Estoy solo. Mi corazón sólo palpita para mí. Los trabajadores en huelga no tienen nada que ver conmigo. No tengo nada en común con la colectividad, ni con unos individuos. Soy un hombre frío. En la guerra, no me sentía unido a la compañía. Todos estábamos tirados en el mismo montón de basura y esperábamos la misma muerte. Pero yo sólo podía pensar en mi propia vida. Andaba entre cadáveres, y a veces me hacía daño el hecho de no sentir ningún dolor.

 

Ahora, el reproche de Zwonimir no me deja tranquilo. Es preciso que piense en mi frialdad y en mi soledad.

 

—Toda persona vive en medio de una comunidad —dice Zwonimir.

 

¿En qué comunidad vivo yo?

 

Vivo en comunidad con los huéspedes del Hotel Savoy.

 

Me viene a la memoria Alexander Böhlaug; también él vive en “íntima vecindad” conmigo. ¿Qué tenía yo en común con Alexander Böhlaug?

 

Con Böhlaug no tenía nada en común, pero sí con el difunto Santschin, ahogado entre vapores de colada, y con Stasia, y con los muchos huéspedes de los pisos quinto, sexto y séptimo que temen las visitas de inspección de Kaleguropulos, que han empeñado sus maletas y que están encerrados de por vida en el Hotel Savoy.

 

Y no tengo ni la menor sombra de intereses comunes con Kanner y Neuner y Anselm Schwadrom, ni con la señora Kupfer ni con mi tío Phöbus Böhlaug ni con su hijo Alexander.

 

Ciertamente, vivo en una comunidad; sus penas son las mías, su pobreza es mi pobreza.»

 

Joseph Roth

Hotel Savoy