Una mirada, un gesto,
cambiarán nuestra vida. Cuando
actúa mi mano,
tan sin entendimiento y sin
gobierno
pero con errabunda resonancia,
y sondea buscando
calor y compañía en este espacio
en donde tantas otras
han vibrado, ¿qué quiere
decir? Cuántos y cuántos gestos
como
un sueño mañanero
pasaron. Como esa
casera mueca de las figurillas
de la baraja, aunque
dejando herida o beso, sólo azar
entrañable.
Más luminoso aún que la palabra
nuestro ademán como ella
roído por el tiempo, viejo como
la orilla
del río, ¿qué
significa?
¿Por qué desplaza el mismo aire
el gesto
de la entrega o del robo,
el que cierra una puerta o el que
la abre,
el que da luz o apaga?
¿Por qué es el mismo el giro del
brazo cuando siembra
que cuando siega,
el del amor que el del asesinato?
Nosotros tan gesteros pero tan
poco alegres,
raza que sólo supo
tejer banderas, raza de desfiles,
de fantasías y de dinastías,
hagamos otras señas.
No he de leer en cada palma, en
cada
movimiento, como antes. No puedo
ahora frenar
la rotación inmensa del abrazo
para medir su órbita
y recorrer su emocionada curva.
No, no son tiempos
de mirar con nostalgia
esa estela infinita del paso de
los hombres.
Hay mucho que olvidar
y más aún que esperar. Tan
silencioso
como el vuelo del búho, un gesto
claro,
de sencillo bautizo,
dirá, en un aire nuevo,
su nueva significación, su nuevo
uso. Yo sólo, si es posible,
pido cuando me llegue la hora
mala,
la hora de echar de menos tantos
gestos queridos,
tener fuerza, encontrarlos
como quien halla un fósil
(acaso una quijada aún con el
beso trémulo)
de una raza extinguida.
Claudio Rodríguez
Alianza y condena
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