«Años más tarde comprendí que lo
que había cautivado mi mirada no había sido su figura, sino sus posturas y sus
movimientos. Durante un tiempo, cada vez que tenía novia le pedía que se
pusiera medias, pero no me apetecía explicar el motivo de mi ruego, revelar el
enigma de aquel encuentro entre la cocina y el pasillo. Así, todas entendieron
mi ruego como un capricho, una afición a la ropa interior picante, una
extravagancia erótica, y cuando complacían mi deseo, se deshacían en poses
coquetas. Y no era eso lo que había cautivado mi mirada. Ella no posaba, no
coqueteaba. Tampoco recuerdo que lo hiciera ninguna otra vez. Recuerdo que su
cuerpo, sus posturas y sus movimientos me parecían a veces torpes. No es que
fuera torpe. Más bien parecía que se recogiera en el interior de su cuerpo, que
lo abandonara a sí mismo y a su propio ritmo pausado, indiferente a los
mandatos de la cabeza, y olvidara el mundo exterior. Fue ese mismo olvido del
mundo lo que vi en sus posturas y movimientos al ponerse las medias. Pero
entonces no era torpe, sino fluida, graciosa, seductora; una seducción que no
emanaba de los pechos, las piernas y las nalgas, sino que era una invitación a
olvidar el mundo dentro del cuerpo.»
Bernhard Schlink
El lector
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