«"¡Dios sabe –pensé- si todo esto me
servirá para buscar una colocación!" Estas múltiples repulsas, estas vagas
promesas, estos “no” secos, estas esperanzas tan pronto nacidas como
desvanecidas, estas nuevas tentativas que a cada instante se convertían en
nada, habían consumido mi animosidad. Últimamente había solicitado una plaza de
auxiliar de caja, pero llegué tarde; por otra parte, no podía prestar la fianza
de cincuenta coronas. Siempre encontraba algún obstáculo. También me había
presentado en el cuerpo de bomberos. Estábamos en el patio unos cincuenta
hombres, sacando el pecho para dar una impresión de fuerza y de gran
intrepidez. Un inspector examinaba a los pretendientes, les tentaba los brazos
y les hacía preguntas. Pasó ante mí completamente erguido y se contentó con
decirme, moviendo la cabeza, que quedaba rechazado a causa de mis gafas. Me
presenté por segunda vez, sin gafas, tenía los párpados fruncidos, los ojos agudos
como cuchillos, y nuevamente pasó el hombre completamente erguido ante mí,
sonriendo…, debió reconocerme. Lo peor de todo era que mi traje estaba tan
deteriorado que ya no podía presentarme en ningún sitio de forma conveniente.
¡Con qué regularidad, con qué movimiento
uniforme, había bajado la pendiente! Me hallaba privado absolutamente de todo,
ni siquiera me quedaba un peine, ni un libro que leer cuando la vida se me
hacía triste.»
Knut Hamsun
Hambre
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