«Era un divorcio de viejos, él tenía ya veintitrés años y era hijo único. En los divorcios de jóvenes, la presencia de los hijos, de los que hay que compartir la custodia, y a los que se ama más o menos a pesar de todo, amortigua a menudo la violencia del enfrentamiento; pero en los divorcios de viejos, en el que sólo subsisten los intereses económicos o patrimoniales, la ferocidad del combate no conoce ya ninguna clase de límite. Había visto entonces exactamente lo que era un abogado, había podido apreciar en su justa medida esa mezcla de picardía y de pereza a que se reduce el comportamiento profesional de un abogado, y muy particularmente de uno especializado en divorcios. El procedimiento había durado dos años, dos años de lucha incesante al término de la cual sus padres sentían el uno por el otro un odio tan virulento que nunca habrían de volver a verse y ni siquiera telefonearse hasta el día de sus respectivas muertes, y todo ello para firmar un convenio de divorcio de una banalidad asquerosa, que cualquier cretino podría haber redactado en un cuarto de hora después de la lectura de Le Divorce pour les nuls.»
Michel Houellebecq
El mapa y el territorio
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