«Había en la congregación dos
viejas que antes de su conversión se habían estado calumniando mutuamente, se
habían arruinado el matrimonio la una a la otra, y también una herencia. No
eran capaces de recordar sucesos de ayer o de hacía una semana; sin embargo,
recordaban las ofensas de hacía cuarenta años y seguían repasándose antiguas
cuentas; se regañaban la una a la otra. Había un hermano viejo que de repente
se acordó de cómo otro hermano, hacía cuarenta y cinco años, le habían engañado
en un negocio; quizá quería apartar el asunto aquel del pensamiento, pero se le
adhería como una astilla infectada y metida muy dentro. Había un honrado
capitán de cabello gris y una viuda piadosa y arrugada que en sus tiempos
jóvenes, mientras ella era esposa de otro hombre, habían estado enamorados.
Hacía poco, cada uno había empezado a lamentarse —al tiempo que pasaba la carga
de la culpa de sus propios hombros a los del otro y viceversa— y a atormentarse
por las terribles consecuencias que probablemente le acarrearía para toda la
eternidad precisamente quien había pretendido quererle mucho. Palidecían en las
reuniones de la casa amarilla, y cada uno evitaba la mirada del otro.»
Isak Dinesen
El festín de Babette
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