«Esto es lo más espantoso de las
corridas de toros: que el ayudante de la barbería, el sastre y el cabo primero
se conviertan en héroes ante la presencia de un animal. Ni siquiera el torero
profesional lo es. De paisano, es un pequeñoburgués. Pero esta tarde de domingo
lleva al menos un disfraz, y es posible que un trapo de color, por el que el
toro se irrita con justa razón, llene de auténtica valentía a un campesino
avaro que teme a su mujer. Al fin y al cabo, se expone al peligro. Pero a su
alrededor, tras la barrera protectora, están los hombrecitos con sus trajes
dominicales, hombres débiles y barrigudos que llevan dibujada en la cara la
preocupación de una cotidianidad mezquina y de una mínima ambición. Y esta
gente lanza boinas e insultos al toro, lo hace rabiar y huye despavorida cuando
el animal se abalanza contra la barrera. Todos son expertos. Todos hacen como
si pudieran coger al toro por los cuernos. Y veo sus días pequeños y miserables,
amargos como sus rostros, su sumisión a todo cuanto pudiera ser “rico” o
“superior”, su arrogancia ante el indefenso y su humildad ante la fuerza. Un
campesino hinca la lanza en el lomo del toro, un campesino que mañana regateará
en la subasta de cerdos: ¡todo un héroe! Cantado en las epopeyas del país,
heredero de costumbres audaces, portador de antiguas tradiciones, nacido en
tierras históricas y, por encima de todo, un pequeñoburgués.»
Joseph Roth
Las ciudades blancas
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