30 de octubre de 2011

La tregua


“Cuando se está en el foco mismo de la vida, es imposible reflexionar. Y yo quiero reflexionar, medir lo más aproximadamente posible esta cosa extraña que me está pasando, reconocer mis propias señales, compensar mi falta de juventud con mi exceso de conciencia. Y entre los detalles que quiero verificar está el tono de su voz, los matices de su voz, desde la extrema sinceridad hasta el ingenuo disimulo; está su cuerpo, al que virtualmente no vi, no pude descubrir, porque preferí pagar deliberadamente ese precio con tal de sentir que se aflojaba la tensión, que sus nervios cedían la plaza a los sentidos; preferí que la oscuridad fuera realmente impenetrable, a prueba de toda rendija iluminada, con tal de que sus estremecimientos de vergüenza, de miedo, qué se yo, se cambiaran paulatinamente, en otros estremecimientos, más tibios, más normales, más propios de la entrega. Hoy me dijo: «Estoy feliz de que todo haya pasado», y parecía, por el impulso de las palabras, por la luz de los ojos, que se estuviera refiriendo a un examen, a un parto, a un ataque, a cualquier cosa de mayor riesgo y responsabilidad que la simple, corriente, cotidiana operación de acostarse juntos un hombre y su mujer”.


Mario Benedetti
La tregua

28 de octubre de 2011

Un mundo feliz


«–Y ahora sitúenlos de modo que puedan ver las flores y los libros.

Los chiquillos guardaron silencio inmediatamente, y empezaron a arrastrarse hacia aquellas masas de colores vivos, hacia aquellas formas alegres y brillantes que aparecían en las páginas blancas. Cuando ya se acercaban, el sol palideció un momento, eclipsándose tras una nube. Las rosas llamearon, como a impulsos de una pasión interior; un nuevo y profundo significado pareció brotar de las brillantes páginas de los libros. De las filas de críos que gateaban llegaron pequeños chillidos de excitación, gorjeos y ronroneos de placer.

El director se frotó las manos.

–¡Estupendo! –exclamó–. Ni hecho a propósito.

Los más rápidos ya habían alcanzado su meta. Sus manecitas se tendían, inseguras, palpaban, agarraban, deshojaban las páginas iluminadas de los libros. El director esperó verles a todos alegremente atareados. Entonces dijo:

–Fíjense bien.

La enfermera jefe, que estaba de pie junto a un cuadro de mandos, al otro extremo de la sala, bajó una pequeña palanca.

Se produjo una violenta explosión. Empezó a sonar una sirena cada vez más aguda. Timbres de alarma se dispararon locamente.

Los chiquillos se sobresaltaron y rompieron a chillar; sus rostros aparecían convulsos de terror.

–Y ahora –gritó el director (porque el estruendo era ensordecedor)–, ahora pasaremos a reforzar la lección con un pequeño shock eléctrico.

Volvió a hacer una señal con la mano, y la enfermera jefe pulsó otra palanca. Los chillidos de los pequeños cambiaron súbitamente de tono. Había algo casi demencial en los gritos agudos, espasmódicos, que brotaban de sus labios. Sus cuerpecillos se retorcían y cobraban rigidez; sus miembros se agitaban bruscamente, como obedeciendo a los tirones de alambres invisibles.

–Podemos electrificar toda esta zona del suelo -gritó el director, como explicación–. Pero ya basta.

E hizo otra seña a la enfermera.

Las explosiones cesaron, los timbres enmudecieron, y el chillido de la sirena fue bajando de tono hasta reducirse al silencio. Los cuerpecillos rígidos y retorcidos se relajaron, y lo que había sido el sollozo y el aullido de unos niños desatinados se convirtió en el llanto normal del terror.

–Vuelvan a ofrecerles las flores y los libros.

Las enfermeras obedecieron; pero ante la proximidad de las rosas, a la simple vista de las coloreadas imágenes de los gatitos, los gallos y las ovejas, los niños se apartaron con horror, y el volumen de su llanto aumentó súbitamente.

–Observen –dijo el director, en tono triunfal–. Observen.

Los libros y los ruidos, flores y descargas eléctricas; en la mente de aquellos niños ambas cosas se hallaban ya fuertemente relacionadas; y al cabo de las doscientas repeticiones de la misma o parecida lección formarían ya una unión indisoluble. Lo que el hombre ha unido, la naturaleza no puede separarlo.

–Crecerán con lo que los psicólogos solían llamar un odio “instintivo” hacia los libros y las flores. Reflejos condicionados definitivamente. Estarán a salvo de los libros y de la botánica para toda su vida –dijo el director–. Llévenselos.»

 
Aldous Huxley
Un mundo feliz

26 de octubre de 2011

La cruz del diablo


“Nadie osaba tocarle; pero corrían mil fábulas acerca de aquel objeto, causa incesante de hablillas y terrores para los que le miraban llamear durante el día, herido por la luz del sol, o creían percibir en las lentas horas de la noche el metálico son de sus piezas, que chocaban entre sí cuando las movía el viento, con un gemido prolongado y triste.

A pesar de todos los cuentos que a propósito de la armadura se fraguaron, y que en voz baja se repetían unos a otros los habitantes de los alrededores, no pasaban de cuentos, y el único más positivo que de ellos resultó, se redujo entonces a una dosis de miedo más que regular, que cada uno de por sí se esforzaba en disimular lo posible, haciendo, como decirse suele, de tripas corazón.

Si de aquí no hubiera pasado la cosa, nada se abría perdido. Pero el diablo, que a lo que parece no se encontraba satisfecho de su obra, sin duda con el permiso de Dios y a fin de hacer purgar a la comarca algunas culpas, volvió a tomar cartas en el asunto.

Desde este momento las fábulas, que hasta aquella época no pasaron de un rumor vago y sin viso alguno de verosimilitud, comenzaron a tomar consistencia y a hacerse de día en día más probables.”


Gustavo Adolfo Bécquer
La Cruz del Diablo

23 de octubre de 2011

Somewhere I have never travelled, gladly beyond


Somewhere I have never travelled, gladly beyond
any experience, your eyes have their silence:
in your most frail gesture are things which enclose me,
or which i cannot touch because they are too near.

your slightest look easily will unclose me
though I have closed myself as fingers,
you open always petal by petal myself as Spring opens
(touching skilfully, mysteriously) her first rose

or if your wish be to close me, I and
my life will shut very beautifully, suddenly,
as when the heart of this flower imagines
the snow carefully everywhere descending;

nothing which we are to perceive in this world equals
the power of your intense fragility: whose texture
compels me with the color of its countries,
rendering death and forever with each breathing

(I do not know what it is about you that closes
and opens; only something in me understands
the voice of your eyes is deeper than all roses)
Nobody, not even the rain, has such small hands

 
E.E.Cummings
Complete Poems 1904-1962


Traducción:

de alguna parte en la nunca estuve
tus ojos tienen ése silencio:
en tu gesto más leve hay cosas que me contienen,
y que no puedo tocar de tan cerca que me encuentro

y aunque me cierre como dedos
tu mirada fugaz me soltará sin esfuerzo,
siempre me abrirás pétalo por pétalo
como el misterio de la primavera abre su primera rosa

y si tu deseo fuera cerrarme
mi vida y yo nos cerraremos repentinamente
como cuando el corazón de esta flor imagina
la delicadeza de la nieve cayendo en todas partes;

nada que percibamos en este mundo
iguala la fuerza de tu fragilidad:
cuya textura me apremia con el color de sus países,
esparciendo muerte y eternidad en cada latido

(no sé que hay en vos que se cierra y se abre;
sólo una parte de mí acepta
que la voz de tus ojos es más profunda que las rosas)
nadie, ni siquera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas

20 de octubre de 2011

Juego de tronos



“-¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo? –oyó que preguntaba su voz, tenue y lejana.
-Es el único momento en que puede ser valiente, Bran –le respondió la voz de su padre.
-Ahora, Bran –lo apremió el cuervo-. Elige: vuela o muere.

La muerte trató de asirlo mientras gritaba.

Bran abrió los brazos y voló.

Unas alas invisibles atraparon el viento, se hincharon y lo elevaron. Las espantosas agujas de hielo se alejaron, a sus pies, y el cielo se abrió ante él. Bran remontó el vuelo. Aquello era mejor que trepar. Era mejor que nada. El mundo se empequeñeció abajo.

-¡Vuelo! –gritó, emocionado.
-Ya me he dado cuenta –dijo el cuervo de tres ojos. Echó a volar y aleteó ante su rostro, demorándolo, cegándolo. Cuando las plumas le golpearon las mejillas, Bran se tambaleó. El cuervo lo asestó un picotazo terrible en la frente, entre los ojos, que lo cegó de dolor.
-¿Qué haces? –gritó.

El cuervo abrió el pico y graznó; fue un chillido agudo de miedo, y los jirones de niebla gris que se arremolinaban a su alrededor se desgarraron como un velo, y vio que el cuervo no era tal, sino una mujer, una criada de larga cabellera negra a la que había visto antes. ¿Dónde? En Invernalia, claro, la recordaba bien; y entonces se dio cuenta de que estaba en Invernalia, en una cama, en una habitación helada en la cima de una torre, y la mujer de pelo negro dejó caer la palangana de agua, que se estrelló contra el suelo, y corrió escaleras abajo gritando: «Está despierto, está despierto, está despierto».

Bran se tocó la frente, entre los ojos. Aún le quemaba la zona que el cuervo le había picoteado, pero no tenía nada, ni sangre ni herida alguna. Se sentía débil y mareado. Trató de salir de la cama, pero no pudo.

En aquel momento percibió que algo se movía junto al lecho, justo antes de caer con agilidad sobre sus piernas. No sintió nada. Un par de ojos amarillos, brillantes como el sol, se clavaron en los suyos. La ventana estaba abierta y en la habitación hacía frío, pero la calidez que emanaba el lobo lo envolvió como un baño caliente. Bran se dio cuenta de que era su cachorro… ¿o no? ¡Le parecía tan grande…! Extendió un brazo para acariciarlo; la mano le temblaba como una hoja.

Cuando su hermano Robb irrumpió en la habitación, jadeante tras subir a toda velocidad los peldaños de la torre, el lobo huargo lamía el rostro de Bran. El niño alzó la vista, con calma.

-Se llama Verano –dijo.”


George R.R. Martin
Juego de tronos


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