30 de octubre de 2011

La tregua


“Cuando se está en el foco mismo de la vida, es imposible reflexionar. Y yo quiero reflexionar, medir lo más aproximadamente posible esta cosa extraña que me está pasando, reconocer mis propias señales, compensar mi falta de juventud con mi exceso de conciencia. Y entre los detalles que quiero verificar está el tono de su voz, los matices de su voz, desde la extrema sinceridad hasta el ingenuo disimulo; está su cuerpo, al que virtualmente no vi, no pude descubrir, porque preferí pagar deliberadamente ese precio con tal de sentir que se aflojaba la tensión, que sus nervios cedían la plaza a los sentidos; preferí que la oscuridad fuera realmente impenetrable, a prueba de toda rendija iluminada, con tal de que sus estremecimientos de vergüenza, de miedo, qué se yo, se cambiaran paulatinamente, en otros estremecimientos, más tibios, más normales, más propios de la entrega. Hoy me dijo: «Estoy feliz de que todo haya pasado», y parecía, por el impulso de las palabras, por la luz de los ojos, que se estuviera refiriendo a un examen, a un parto, a un ataque, a cualquier cosa de mayor riesgo y responsabilidad que la simple, corriente, cotidiana operación de acostarse juntos un hombre y su mujer”.


Mario Benedetti
La tregua

3 comentarios:

Joel Barish dijo...

(La cabina; sentado junto al ojo de buey de popa, Ahab, solo, mira hacia atrás).



Dejo una estela blanca e inquietante, aguas pálidas, rostros aún más pálidos, por donde navego. Las olas envidiosas se hinchan a los lados para borrar mi huella: que lo hagan, pero antes pasaré.

Más allá, al borde del vaso siempre lleno, las tibias aguas enrojecen como el vino. La frente dorada del sol se hunde en el azul. El sol se sumerge: se sumerge lentamente desde el mediodía, desciende. ¡Y mi alma resurge! Ya está cansada de la colina infinita. ¿Será, pues, demasiado pesada la corona que llevo, esta Corona de Hierro de la Lombardía? Pero centellea de piedras preciosas: yo, que la llevo, no puedo ver sus lejanos esplendores, pero siento oscuramente que llevo algo que perturba y deslumbra a los demás. Es de hierro, lo sé, no de oro. Y además está rajada, lo siento; el borde mellado me tortura tanto que mi cerebro parece latir contra el sólido metal. Sí, mi craneo es de acero, de los que no necesitan yelmo en la lucha más riesgosa.

¿Se ha secado el ardor en mi frente? ¡Oh, hubo un tiempo en que, así como la aurora me impulsaba noblemente, el crepúsculo me apaciguaba! Pero ya no. Esta hermosa luz no me ilumina; toda belleza es angustia para mí, puesto que no puedo gozarla. Dotado de la percepción más alta, me falta la baja facultad de gozar. ¡Estoy condenado, del modo más sutil y perverso! ¡Condenado en medio del Paraíso! ¡Buenas noches, buenas noches! (Agitando la mano, se aparta de la ventana).





Herman Melville.

Moby Dick.

Helluo Librorum dijo...

¿Te puedes creer que todavía no he leído Moby Dick?

Joel Barish dijo...

Yo estoy en ello, he oido tantas referencias en otras pelis, discos y demás... y es tan mítico...!!

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