“No esperaba encontrarse allí con la querida aparición, que lo cogió desprevenido y no le dio tiempo de consolidar una expresión de calma y dignidad en su semblante. La alegría, la sorpresa y la admiración debieron de reflejarse claramente en él cuando su mirada se cruzó con la del añorado ausente, y en ese mismo instante Tadzio sonrió: le sonrió entreabriendo poco a poco los labios en una sonrisa elocuente, familiar, franca y seductora. Era la sonrisa de Narciso inclinado sobre el espejo del agua, esa sonrisa larga, profunda y hechizada que acompaña el gesto de tender los brazos hacia el reflejo de su propia belleza; esa sonrisa que se contrae muy levemente ante el desesperado esfuerzo por besar los dulces labios de su sombra; una sonrisa coqueta, curiosa y un tanto atormentada, diluida y delusoria”.
Thomas Mann
La muerte en Venecia
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