25 de junio de 2019

A Feast For Crows


«He was surprised at how low the candle had burned. Had the bean-and-bacon soup been today or yesterday? Yesterday. It must have been yesterday. The realization made him yawn. Jon would be wondering what had become of him, though Maester Aemon would no doubt understand. Before he had lost his sight, the master had loved books as much as Samwell Tarly did. He understood the way that you could sometimes fall right into them, as if each page was a hole into another world.»

George R. R. Martin
A Feast For Crows

24 de junio de 2019

El hombre en busca de sentido

«Durante kilómetros caminábamos a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos continuamente el uno al otro, sin decir palabra alguna, pero mi compañero y yo sabíamos que ambos pensábamos en nuestras mujeres. De vez en cuando levantaba la vista al cielo y contemplaba el diluirse de las estrellas al tiempo que el primer albor rosáceo de la mañana se dejaba ver tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi esposa, imaginándola con una asombrosa precisión. Me respondía, me sonreía y me miraba con su mirada cálida y franca. Real o irreal, su mirada lucía más que el sol del amanecer. En ese estado de embriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamaba en la brillante sabiduría de los pensadores y de los filósofos: el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor. Intuí como un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad —aunque sólo sea un suspiro de felicidad— si contempla el rostro de su ser querido. Aun cuando el hombre se encuentre en una situación de desolación absoluta, sin la posibilidad de expresarse por medio de una acción positiva, con el único horizonte vital de soportar correctamente —con dignidad— el sufrimiento omnipresente, aun en esa situación ese hombre puede realizar en la amorosa contemplación de la imagen de su persona amada.»

Viktor Frankl
El hombre en busca de sentido

16 de junio de 2019

Como gustéis



«CELIA
¡Señor, señor! Aunque los amigos puedan separarse, los terremotos mueven las montañas y las juntan.

ROSALINA
Pero, ¿quién es?

CELIA
¿Será posible?

ROSALINA
Te lo ruego, suplico e imploro: dime quién es.

CELIA
¡Oh, maravilla y maravilla de las maravillas! ¡Maravilla más maravillosa que el colmo de las maravillas!

ROSALINA
¡Por mi condición! ¿Crees que porque vaya vestida de hombre llevo calzas y jubón en el carácter? Una pizca más de dilación será un Mar del Sur por descubrir. Te lo ruego, dime quién es y dilo ya. Ojalá fueras tartamuda; el nombre que me ocultas saldría como el vino cuando la botella es de boca estrecha: o mucho de golpe o nada. Te lo ruego, descórchate la boca, que beba tu secreto.

CELIA
Acabarás con un hombre dentro.

ROSALINA
¿Es criatura de Dios? ¿Qué clase de hombre? Su cabeza, ¿es digna de un sombrero y su cara de una barba?

CELIA
Apenas tiene barba.

ROSALINA
Si lo merece, Dios le dará más. Esperaré a que le crezca la barba si dejas de guardarte el nombre de su cara.

CELIA
Es el joven Orlando, el que de un golpe tumbó al luchador y a ti el corazón.

ROSALINA
Al diablo con tus brumas. Habla en serio y con lealtad.

CELIA
De veras que es él.

ROSALINA
¿Orlando?

CELIA
Orlando.

ROSALINA
¡Válgame! ¿Qué hago yo ahora con el jubón y las calzas? ¿Qué hizo cuando le viste? ¿Qué dijo? ¿Qué aire tenía? ¿Qué ropa llevaba? ¿Y qué hace él aquí? ¿Preguntó por mí? ¿Dónde vive? ¿Cómo se alejó? ¿Cuándo le verás? Respóndeme con una palabra.

CELIA
Necesitaría la boca de Gargantúa. Sería una palabra muy grande para cualquier boca de las de hoy en día. Decir sí o no a esas preguntas es más que responder al catecismo.»

William Shakespeare
Como gustéis

15 de junio de 2019

El juego de Ender


«—Eres justo lo que el mundo necesita. Un muchacho de doce años que solucione todos nuestros problemas.
—No es culpa mía que sólo tenga doce años precisamente ahora. Y no es culpa mía que precisamente ahora se presente la oportunidad. Precisamente ahora es el momento en que puedo dar forma a los acontecimientos. En tiempos de inestabilidad, el mundo es siempre una democracia, y el hombre que tenga la mejor voz ganará. Todo el mundo piensa que Hitler llegó al poder gracias a sus ejércitos, porque estaban dispuestos a matar, y eso en parte es verdad, porque en el mundo real el poder siempre se erige sobre la amenaza de muerte y de deshonra. Pero, sobre todo, llegó al poder por las palabras, por las palabras precisas en el momento preciso.»

Orson Scott Card
El juego de Ender

12 de mayo de 2019

Patria



«El Txato, de centinela, qué paciencia me tiene que dar Dios, vigilaba la calle poco transitada por ser domingo. Y a la hora acordada, puntuales, cogidos de la mano, los vio aparecer en su campo visual, ella con un ramo de flores. Qué alta, qué guapa, qué elegante. Impresionado, se deleitó unos segundos en la contemplación de la imagen antes de dar aviso a Bittori, que vino con pasos nerviosos de la cocina, soltándose a toda prisa el delantal.

—Los zapatos no pegan con la ropa.
—A mí me parece un monumento de mujer.
—No toques la cortina, haz el favor.
—¡Menuda planta tiene! Es casi tan alta como el hijo.
—El negro del pelo no es natural. Y el broche de la solapa, desde aquí, parece un lamparón. Yo diría que esta señora no tiene mucho gusto.

Tras la despedida de la ya formal, reconocida pareja, el Txato, que había comido y bebido por tres, ¿durmió su siesta? Lo intentó. Bittori, atareada en la cocina, no lograba serenarse. Se franqueaba, madre monologante, madre dolorida, con la espuma del fregadero. Su hijo con aquella mujer, una simple auxiliar de enfermería. Manifestó opiniones adversas hacia el auditorio formado por cacharros sucios. Al estropajo le dijo esto; al grifo le dijo lo otro. No recibía respuestas, no hallaba la deseada comprensión. Necesitaba a toda costa la cercanía de oídos humanos. En casa, en aquellos momentos, no había otros que los del Txato. Conque, sintiéndolo por su digestión y su reposo, entró, ¿eso es entrar?, bueno, irrumpió en la habitación. Venía hablando sola desde la cocina, secándose las manos en el delantal. Sin parar de hablar se sentó en el borde la cama. Le arreó una sacudida a su marido.

—¿Cómo puedes dormir tan pancho?

Adiós, siesta. Con lengua amodorrada, farfulló: qué tienes, qué pasa. Bittori no respondió. Ni siquiera parecía interesada en conversar. No buscaba interlocutor, tan sólo oídos.

—No veo que Xabier pueda ser feliz con esa señora. Ella tendrá las virtudes que tú quieras. Yo, la verdad, no se las veo por ninguna parte. Me ha parecido una maniática de arriba abajo. El marisco no lo ha probado. El jamón, tampoco. Me he pasado la santa mañana asando un gorrín, fui a Pamplona a comprarlo y al final resulta que es vegetariana. Pues ya me dirás.»

Fernando Aramburu
Patria

17 de marzo de 2019

Dientes, pólvora, febrero



«La loba fue depositada junto al chozo y salieron a verla las mujeres, pero ellas no reían ni gozaban y sólo se detenían a mirarla un momento, así de medio lado, en el gesto de volverse a marchar en seguida, como quien mira una cosa deleznable, sin otra curiosidad ni otro interés que el de tener la certeza de que había sido aniquilada, y únicamente se encendía en el brillo de sus ojos la torva complacencia de quien tiene delante a la víctima de una venganza satisfecha; en tanto que los niños se agachaban sobre ella y le pasaban la mano por el pelo y le cogían las patas, doblándole y desdoblándoles los juegos inertes de las articulaciones y le tocaban los ojos y le levantaban con un palitroque el belfo ensangrentado, para verle los grandes colmillos que tenía; y finalmente los hombres la contemplaban sin agacharse hacia ella ni aproximarse demasiado, sonriendo, como quien mira una cosa ganada, la prueba y el signo de alguna proeza, un atributo de dominio, o, en una palabra: un trofeo.»

Rafael Sánchez Ferlosio
Dientes, pólvora, febrero

La loba, Jackson Pollock

24 de febrero de 2019

Novela de ajedrez


«Observaba cada pliegue de aquellos capotes, me fijaba por ejemplo en la gota que bajaba de una de las solapas mojadas, y, por ridículo que pueda parecerle a usted, esperaba con incoherente ansiedad ver si finalmente rodaría a lo largo del pliegue o si resistiría a la fuerza de la gravedad y se mantendría adherida a la solapa. Sí, estuve mirándola largamente, los minutos se me hacían eternos, los ojos fijos y la respiración contenida, contemplando la lucha de aquella gota como si fuera en ello mi propia vida. Después, cuando finalmente se desprendió, pasé revista a los botones de los capotes, ocho en uno, ocho en el otro, diez en el tercero. A continuación conté los galones. Todas estas nimiedades ridículas, mis ojos sedientos las estuvieron pasando y repasando, insaciables, con una avidez indescriptible. Y de pronto mi mirada quedó prendida en otra cosa. Había descubierto que uno de los bolsillos laterales de uno de los capotes tenía una protuberancia, como si tuviera dentro algún objeto. Me acerqué más y me pareció reconocer por su forma cuadrada lo que contenía aquella protuberancia: ¡un libro! Mis piernas empezaron a flaquear. ¡Un LIBRO! Hacía cuatro meses que no tenía un libro en las manos y ahora, la sola idea de un libro con palabras alineadas, renglones, páginas y hojas, la sola idea de un libro en el que leer, perseguir y capturar pensamientos nuevos, frescos, diferentes de los míos, pensamientos para distraerse y para atesorarlos en mi cerebro, esa sola idea era capaz de embriagarme y también de serenarme. Mis ojos quedaron suspendidos de aquel bulto que formaba el libro en el bolsillo, como hipnotizados, con una mirada tan ardiente como si quisiera perforar el tejido. Finalmente no pude controlar mi avidez; involuntariamente me fui acercando. Sólo con pensar que podía tocar un libro con las manos, aunque fuera a través de la ropa del bolsillo, ya me ardían los dedos hasta la raíz de las uñas.»

Stefan Zweig
Novela de ajedrez

18 de febrero de 2019

La Montaña del Alma

«Era evidente que no lo había olvidado, pero pese a todo había seguido siendo mi amigo. Me di cuenta entonces de que también yo había cometido errores y que no sólo eran los demás los que me habían acusado injustamente. ¿Era un acto de arrepentimiento por mi parte? ¿Era el estado de ánimo que precede a la muerte?

No sabía si, en el curso de mi vida, era yo quien después de todo me había mostrado más ingrato con los demás, o bien los demás conmigo. Sabía que algunos me habían querido de verdad, como mi madre hoy ya fallecida, que otros me habían odiado, como mi mujer de la que me había separado, pero ¿para qué saldar viejas cuentas, ahora que me quedaba tan poco de vida? Para aquellos con quienes me había mostrado ingrato, mi muerte sería ya compensación suficiente, y por los demás nada podía ya hacer. La vida no es al fin y al cabo más que un nudo de rencores inextricables, ¿tendría por casualidad algún otro significado? Pero ponerle punto final así era realmente prematuro. Me di cuenta de que no había vivido jamás de forma conveniente y que, de poder prolongar mi existencia, cambiaría a buen seguro mi forma de vivir, a condición de se produjera un milagro.»

Gao Xingjian
La Montaña del Alma


13 de febrero de 2019

Barba Azul

«Normalmente no cuento con que alguien que me está mirando mientras juego al billar me esté mirando sólo porque conoce mi biografía; de repente me doy cuenta de que es así; éste no está mirando en absoluto lo que hacen las bolas sino la mano, que a lo mejor es la mano de un asesino, y cuando le miro a la cara vuelve al bar. También a esto se acostumbra uno. Emigrar sería poco menos que confesar.»

Max Frisch
Barba Azul

9 de febrero de 2019

Harry Potter y el misterio del príncipe


«—Si Voldemort no hubiera oído hablar de la profecía, ¿se habría cumplido ésta? ¿Habría significado algo? ¡Claro que no! ¿Acaso crees que todas las profecías de la Sala de las Profecías se han cumplido?
—Pero… —persistió Harry, desconcertado— pero el año pasado usted dijo que uno de nosotros tendría que matar al otro…
—¡Harry, Harry! ¡Te lo dije porque Voldemort cometió un grave error y dio por buenas las palabras de la profesora Trelawney! Si él no hubiera matado a tu padre, ¿habría hecho surgir un furioso deseo de venganza? ¡Claro que no! Y si no hubiera obligado a tu madre a morir por ti, ¿te habría conferido una protección mágica que él no podría vencer? ¡Pues claro que no! ¿Acaso no lo entiendes? ¡El propio Voldemort creó a su peor enemigo, como hacen los tiranos! ¿Tienes idea de hasta qué punto éstos temen a la gente que someten? Todos los opresores comprenden, tarde o temprano, que entre sus muchas víctimas habrá al menos una que algún día se alzará contra ellos y les plantará cara. ¡Voldemort no es ninguna excepción! Él ya estaba alerta por si aparecía alguien capaz de desafinarlo. ¡Oyó la profecía y decidió actuar, y como consecuencia de ello no sólo escogió a la persona con más posibilidades para acabar con él, sino que le entregó unas armas excepcionalmente mortíferas!
—Pero…
—¡Es fundamental que entiendas esto! —insistió Dumbledore, y se levantó para pasearse por la habitación haciendo ondear su relumbrante túnica. Harry nunca lo había visto tan alterado—. ¡Al intentar matarte, el propio Voldemort señaló a la extraordinaria persona que está ante mí y le proporcionó las herramientas necesarias para realizar el trabajo! Él tiene la culpa de que tú pudieras adivinar sus pensamientos, sus ambiciones, e incluso de que entiendas el lenguaje de las serpientes que él emplea para transmitir órdenes; y sin embargo, Harry, pese a tu privilegiada compresión del mundo de Voldemort (un don por el que cualquier mortífago mataría), nunca te han seducido las artes oscuras, nunca, ¡ni siquiera por un segundo has mostrado el menor deseo de unirte a los seguidores de Voldemort!
—¡Por supuesto que no! ¡Él mató a mis padres!
—¡Lo que significa que te protege tu capacidad de amar! —concluyó Dumbledore elevando la voz—. ¡Ésa es la única protección efectiva contra unas ansias de poder como las de Voldemort! ¡A pesar de todas las tentaciones que has resistido y del sufrimiento que has soportado, tu corazón sigue puro, tan puro como cuando tenías once años y te miraste en un espejo que reflejó los deseos de ese corazón tuyo! El espejo te mostró el modo de desbaratar los planes de Voldemort, pero no te tentó con la inmortalidad ni las riquezas. ¿Te das cuenta, Harry, de que muy pocos magos habrían podido ver lo que tú viste en ese espejo? ¡Voldemort debió haber comprendido entonces a qué se enfrentaba, pero no lo hizo!»

J. K. Rowling
Harry Potter y el misterio del príncipe

7 de febrero de 2019

La excepción

«—Estaba completamente cambiado: la voz, el pelo, la ropa… Se está convirtiendo en un hombre nuevo sin mí, está cambiando junto a otro hombre y por él. Cuando llegaba del extranjero también estaba cambiado durante dos, tres días, como si todavía no hubiese regresado del todo. A veces le preguntaba si su alma no estaría de travesía en una barca a remo por el océano. Hace cuatro días todavía éramos amantes y ahora él ya casi se ha ido por completo. 

La escritora deja los libros.

—El que se va ya nunca es el mismo, aunque vuelva.»

Auður Ava Ólafsdóttir
La excepción 


5 de febrero de 2019

Luz de agosto

«Pero ahora comprendo la razón —piensa Byron—. Es porque un hombre teme más a lo que pueda sobrevenirle que a los sufrimientos que ya ha padecido. Prefiere aferrarse a los sufrimientos que ya ha padecido para no arriesgarse a un cambio. Sí. Un hombre hablará de su deseo de escapar a los vivos. Pero los más peligrosos son los muertos. Porque de los muertos no se puede escapar; de los muertos que yacen tranquilamente en alguna parte y que no tratan de retenerlo.»

William Faulkner
Luz de agosto

27 de enero de 2019

Las aventuras de Tom Sawyer


«Tom volvió a convertirse en el héroe del pueblo, el favorito de los mayores y la envidia de los jóvenes. Su nombre conoció incluso la inmortalidad de las letras de molde, pues el periódico del pueblo glorificó su hazaña. Muchos vaticinaron que llegaría a presidente, si escapaba de la horca.»

Mark Twain
Las aventuras de Tom Sawyer

20 de enero de 2019

Desgracia


«Nunca ha sido ni se ha sentido muy profesor; en esta institución del saber tan cambiada y, a su juicio, emasculada, está más fuera de lugar que nunca. Claro que, a esos mismos efectos, también lo están otros colegas de los viejos tiempos, lastrados por una educación de todo punto inapropiada para afrontar las tareas que hoy día se les exige que desempeñen; son clérigos en un época posterior a la religión.

Como no tiene ningún respeto por las materias que imparte, no causa ninguna impresión en sus alumnos. Cuando les habla, lo miran sin verlo; olvidan su nombre. La indiferencia de todos ellos lo indigna más de lo que estaría dispuesto a reconocer. No obstante, cumple al pie de la letra con las obligaciones que tiene para con ellos, con sus padres, con el Estado. Mes a mes les encarga trabajos, los recoge, los lee, los devuelve anotados, corrige los errores de puntuación, la ortografía y los usos lingüísticos, cuestiona los puntos flacos de sus argumentaciones y adjunta a cada trabajo una crítica sucinta y considerada, de su puño y letra.

Sigue dedicándose a la enseñanza porque le proporciona un medio para ganarse la vida, pero también porque así aprende la virtud de la humildad, porque así comprende con toda claridad cuál es su lugar en el mundo. No se le escapa la ironía, a saber, que el que va a enseñar aprende la lección más profunda, mientras que quienes van a aprender no aprenden nada.»

J. M. Coetzee
Desgracia

7 de enero de 2019

Adonais


XLI

Él vive, está despierto, es la muerte
y no él quien ha muerto. No lloréis
por Adonais. Tú, joven Alborada,
transforma tu rocío en esplendor
pues de ti no ha huido el alma que lamentas.
Y vosotras cavernas, y vosotros bosques
¡cesad de lamentaros! Cesad de lamentaros
flores marchitas, fuentes, y tú, el viento,
que cual fúnebre velo habías arrojado
tu bufanda a la tierra abandonada,
ahora déjala desnuda
igual que las estrellas que sonríen
en su desesperanza jubilosas.

P. B. Shelley
Adonais


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