HAY canas en tu pelo.
Los jóvenes ya no se quedan sin respiración
súbitamente cuando pasas;
mas quizá algún vejete te bendiga en susurros
pues gracias a tus oraciones
se recuperó en su lecho de muerte.
Sólo por ti, que has conocido todos los dolores del corazón
y esos dolores se los has dado a otros,
desde que la magra mocedad asumiera
la carga de la hermosura, sólo por ti
el cielo ha apartado el golpe fatal,
tan gran parte tiene en la paz que tú creas
con sólo entrar en una habitación.
Tu hermosura sólo puede dejar entre nosotros
vagos recuerdos, nada más que recuerdos.
Un joven, cuando los viejos acaben de hablar,
dirá a un viejo: —Hábleme de esa mujer
que el poeta obstinado en su pasión nos cantara
cuando ya la edad podría haberle helado la sangre.
Vagos recuerdos, nada más que recuerdos,
mas en la tumba todos, todos se renovarán.
La certidumbre de que veré a esa mujer
apoyada, o de pie, o caminando
con el primer encanto de su feminidad,
y con el fervor de mis ojos juveniles,
ha hecho que susurre como un necio.
Eres más hermosa que nadie,
y sin embargo tu cuerpo tenía un defecto:
tus pequeñas manos no eran hermosas,
y me temo que correrás
a hundirlas hasta la muñeca
en ese misterioso lago, siempre rebosante,
donde quienes han obedecido la ley sagrada
se hunden y son perfectos. Inmutables
deja las manos que he besado,
por los viejos tiempos que se fueron.
Se apaga el último tañido, es medianoche.
Todo el día en esta misma silla
de sueño en sueño y verso en verso he ido
divagando con una imagen de aire:
vagos recuerdos, nada más que recuerdos.
William Butler Yeats
Los cisnes salvajes de Coole
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