16 de septiembre de 2024

La cabaña del tío Tom

«“He recibido vuestra carta, pero demasiado tarde. Os creía infiel y la desesperación se apoderó de mí. Estoy casado, todo acabó y nuestra única esperanza es el olvido.”
 
Así terminó el novelesco sueño de Agustín Saint-Clare; así se disipó el bello ideal de su vida. Sólo le quedó la realidad; esa realidad semejante al fango que deja en las costas que abandona el azulado mar, plateado de brillantes espumas, cubierto de blancas lonas y de ligeras embarcaciones; caminando con el murmullo de las ondas, con la armoniosa cadencia de los remos y de los cantos de los pescadores, realidad diáfana, fangosa, desnuda; en una palabra, la realidad.
 
Sabido es que en las novelas nada cuesta hacer morir a los amantes que tienen el corazón despedazado, lo cual es ciertamente muy cómodo; pero en la vida real no es posible morir, aun cuando vea uno perecer en derredor suyo todo aquello que le hacía amar la existencia. Es forzoso beber, comer, vestirse, hacer visitas, vender, comprar, hablar, leer y seguir, en fin, esa imprescindible rutina que se llama vida.
 
Este recurso le quedaba a Agustín. Si su mujer hubiera sido digna de él habría podido, como pueden las mujeres, curar aquella dolorosa llaga y tejer aun de seda y oro el hilo de su vida. Pero María Saint-Clare era incapaz hasta de sospechar que su marido pudiera tener la menor pena en el corazón; pues, como ya hemos dicho, no tenía otra cosa que un cuerpo airoso, hermosos ojos y cien mil pesos: mas ninguna de estas cualidades, como puede conocerse, es bastante para consolar un corazón que padece.»
 
Harriet Beecher Stowe
La cabaña del tío Tom

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