«“He recibido vuestra
carta, pero demasiado tarde. Os creía infiel y la desesperación se apoderó de
mí. Estoy casado, todo acabó y nuestra única esperanza es el olvido.”
Así terminó el
novelesco sueño de Agustín Saint-Clare; así se disipó el bello ideal de su
vida. Sólo le quedó la realidad; esa realidad semejante al fango que deja en
las costas que abandona el azulado mar, plateado de brillantes espumas,
cubierto de blancas lonas y de ligeras embarcaciones; caminando con el murmullo
de las ondas, con la armoniosa cadencia de los remos y de los cantos de los
pescadores, realidad diáfana, fangosa, desnuda; en una palabra, la realidad.
Sabido es que en las
novelas nada cuesta hacer morir a los amantes que tienen el corazón
despedazado, lo cual es ciertamente muy cómodo; pero en la vida real no es
posible morir, aun cuando vea uno perecer en derredor suyo todo aquello que le
hacía amar la existencia. Es forzoso beber, comer, vestirse, hacer visitas,
vender, comprar, hablar, leer y seguir, en fin, esa imprescindible rutina que
se llama vida.
Este recurso le
quedaba a Agustín. Si su mujer hubiera sido digna de él habría podido, como
pueden las mujeres, curar aquella dolorosa llaga y tejer aun de seda y oro el
hilo de su vida. Pero María Saint-Clare era incapaz hasta de sospechar que su
marido pudiera tener la menor pena en el corazón; pues, como ya hemos dicho, no
tenía otra cosa que un cuerpo airoso, hermosos ojos y cien mil pesos: mas
ninguna de estas cualidades, como puede conocerse, es bastante para consolar un
corazón que padece.»
Harriet Beecher Stowe
La cabaña del tío Tom
La cabaña del tío Tom
No hay comentarios:
Publicar un comentario