«Jacques Anquetil, el campeón preciso, no ganaba
carreras: las resolvía. Interpretaba las vueltas como si fueran un problema
matemático y sopesaba todas las variables. Estudiaba el recorrido de las
etapas, memorizaba los tramos peligrosos, analizaba las características de sus
rivales, preveía las circunstancias en las que podían tenderle emboscadas,
estimaba las alianzas naturales y los enfrentamientos directos que podía traer
la carrera, establecía las funciones exactas de sus gregarios para el ataque y
la defensa, preveía cuántos minutos ganaría en las contrarrelojes y así
calculaba los minutos que podía perder en las montañas. Y casi siempre ganaba.
Fue el primer ciclista en conquistar cinco Tours de Francia. Pero ganaba con
tanta exactitud y tan aparente facilidad que muchos aficionados franceses le
silbaban y abucheaban desde la cuneta. “¿Por qué me silban a mí y no a mis
rivales, que no han corrido lo suficiente?”, se preguntaba Anquetil. Le
silbaban por sus victorias tan medidas, sin derroches, sin escapadas grandiosas
ni arrebatos de pasión. Le silbaban también porque era un figurín rubio de ojos
claros, seductor de bailarinas de teatro y de la mujer de su médico ―tras su
muerte se supo que incluso había tenido una hija con su propia hijastra―, le
silbaban porque se daba grandes banquetes de marisco y vino blanco. Y le
silbaban, sobre todo, porque siempre ganaba a Raymond Poulidor.
Poulidor, hijo de campesinos pobres, era el
favorito de los franceses. Porque en el Tour siempre estaba a punto de ganarlo
todo y nunca ganaba nada. Porque era un personaje oscuro, cerril, que se moría
sobre la bicicleta para perseguir una victoria gloriosa, pero la desgracia le
enviaba siempre un pinchazo, una caída o incluso un motorista que lo arrollaba.
El dramático Poulidor pasó quince años rondando el triunfo final del Tour:
entre 1962 y 1976, subió al podio de París ocho veces ―tres segundos puestos y
cinco terceros― pero no vistió el maillot amarillo ni una sola jornada. Le
cerraron el camino las grandes figuras de ambas décadas (Anquetil y Merckx),
pero también otros ciclistas menos brillantes que sin embargo tuvieron una
ocasión, al que nunca disfrutó Poulidor, para concentrar en un año toda su
suerte y su fuerza, y así conquistar un Tour (Gimondi, Aimar, Pingeon,
Thévenet, Van Impe). El público se decantó por Poulidor, el héroe maldito, y
despreció a Anquetil, el héroe bendecido por los dioses.»
Ander Izagirre
Plomo en los bolsillos
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