«De nuevo las ramas del abedul se agitaron, y me
estremecí, aunque no sabía bien por qué, si por lo que estaba recordando, por
la mirada cada vez más viva de Madre, o por el viento caliente que hacía temblar
las hojas. Aquella ventanita tenía un batiente medio desprendido, y en los días
de viento golpeaba contra la pared. Eran las noches en que crujían las maderas
como lamentándose por haber sido arrancadas del bosque. Las noches en que mi
padre se despertaba gritando, porque creía oír a un niño llorar. Pero el único
niño que lloraba era mi padre, aunque todos en la casa, menos él, lo
supiéramos.»
Ana María Matute
Demonios familiares
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