18 de agosto de 2016

Niebla

«Su repulsión a toda forma de pornografía es bien conocida de cuantos le conocen. Y no sólo por las corrientes razones morales, sino porque estima que la preocupación libidinosa es lo que más estraga la inteligencia. Los escritores pornográficos, o simplemente eróticos, le parecen los menos inteligentes, los más tontos, en fin. Le he oído decir que de los tres vicios de la clásica terna de ellos: las mujeres, el juego y el vino, los dos primeros estropean más la mente que el tercero. Y conste que don Miguel no bebe más que agua. “A un borracho se le puede hablar ―me decía una vez― y hasta dice cosas, pero ¿quién resiste la conversación de un jugador o un mujeriego? No hay por debajo de ella sino la de un aficionado a toros, colmo y copete de la estupidez”.»

Miguel de Unamuno
Niebla

17 de agosto de 2016

Maldito karma


«Por supuesto, ya había oído hablar antes del karma. Alex había leído un libro sobre el budismo cuando estaba en plena crisis con sus estudios de Bioquímica. Yo, en cambio, cuando entraba en crisis, prefería leer libros con títulos como Quiérete a ti misma, Quiérete más a ti misma y Olvídate de los demás.

—Es muy simple —dijo Casanova—. Quien obra bien acumula buen karma y entra en la luz del nirvana. Quien obra mal prolonga su existencia, como nosotros.
—¡Yo no he hecho nada malo! —protesté.
—¿Está segura?

Asentí. Insegura.

—¿Ni siquiera una infidelidad? —insistió Casanova.

Me vino a la cabeza Daniel Kohn.

—¿O perjudicar a alguien en beneficio propio?

Me vino a la cabeza Sandra Kölling y que me quedé con su trabajo porque hablé con los directores del programa sobre su creciente consumo de cocaína.

—¿O quizás ha descuidado a algunas personas de su entorno?

Me vino a la cabeza Lilly.

—¿O podría ser que haya hecho sufrir a sus subordina…?
—¡Ya basta! —le increpé.
—O…
—¿Qué parte del “ya basta” no ha acabado de entender? ¿“Ya” o “basta”?
—Discúlpeme, madame —dijo Casanova.
—¿Y por qué no ha acumulado usted nunca buen karma? —le pregunté.
—Bueno, en primer lugar, porque no es fácil hacerlo en un hormiguero —replicó.
—¿Y en segundo lugar?
—No va con mi disposición natural.

Y sonrió maliciosamente y con tanto encanto que yo también sonreí.»

David Safier
Maldito karma

11 de agosto de 2016

Un paseo por el lado salvaje


«Eran los que preferían echar una partida en la máquina del millón a presentar una solicitud en una agencia de colocación. Por encima de las cunetas por las que fluía una vida oscura y autónoma o por callejones de gatos y cubos de basura demasiado estrechos para que pasara un Chrysler, se escondían en esa sucia tierra de nadie que se extiende al otro lado de las promesas de los carteles publicitarios, eludiendo la competencia por la fortuna y la fama. Se llamaban a sí mismos “Cazatalentos desempleado” y “Cocinero a tiempo parcial”, “Esteticista por horas” y “Solterona empedernida”, “Instructor de esquí acuático” y “Profesora de baile”. Y paseaban tranquilamente por sus pesadillas a tiempo parcial hasta que los despertaba una supuesta luz del día no menos espantosa que sus sueños. Sus nombres eran los de ciertas nociones melancólicas y raramente se concedían un descanso.

Sus delitos eran la enfermedad, la ociosidad, el exceso de confianza, el aburrimiento y la mala suerte. Eran los que no habían sabido tender cables a los tribunales, las fiscalías o la policía. Una diminuta piedra en su camino bastaba para que tropezaran y cuando caían, caían hasta el fondo.

Caían hasta el fondo y no volvían a levantarse. Si la vida es algo fácil si se encara pasito a pasito, ellos se empeñaban en apurarla a grandes saltos. Siempre se topaban con alguien llamado Doc con el que jugar a cartas. Se desviaban de su camino para comer en un local llamado Mamá. Sólo dormían con mujeres que tenían problemas más graves que los suyos. Tanto en la cárcel como afuera, siempre estaban comiéndose un marrón ajeno, declarándose culpables de los delitos de otro, cumpliendo su condena. No tenían ningún cable tendido con nada.

Amantes, sátiros, pirados en fuga, los burlados, los mutilados, los atormentados, los caídos sin remedio y los pícaros. Todos aquellos a los que nadie echaba un cable, y por los que nadie rezaba.

Aquellos a los que el abogado de oficio defiende diciendo:

-Su señoría, este hombre ya ha tenido su oportunidad, usted decide.»

Nelson Algren
Un paseo por el lado salvaje

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