«La dramaturgia de la
leyenda heroica ya ha sido establecida en sus rasgos esenciales. Los orígenes
del héroe son modestos. Se destaca de su anonimato como luchador individual
ejemplar. Su gloria va unida a su valor, a su sinceridad y a su solidaridad.
Sale airoso en situaciones desesperadas, en la persecución y en exilio. Donde
otros caen él siempre se escapa, como si fuera invulnerable. Sin embargo, sólo
a través de su muerte completará su ser. Una muerte así siempre tiene algo de
enigmático. En el fondo sólo puede explicarse por una traición. El fin del
héroe parece un presagio, pero también una consumación. En este preciso
instante se cristaliza la leyenda. Su entierro se convierte en manifestación.
Se pone su nombre a las calles, su retrato aparece en las paredes y en los
carteles políticos; se convierte en talismán. La victoria de su causa habría
conducido a su canonización, lo que casi siempre equivale a decir al abuso y la
traición. Así, también Durruti habría podido convertirse en un héroe oficial,
en un héroe nacional. La derrota de la revolución lo preservó de este destino.
Así siguió siendo lo que siempre fue: un héroe proletario, un defensor de los explotados,
de los oprimidos y perseguidos. Pertenece a la antihistoria que no figura en
los libros de texto. Su tumba se halla en los suburbios de Barcelona, a la
sombra de una fábrica. Sobre la blanca losa siempre hay flores. Ningún escultor
ha cincelado su nombre. Sólo quien se fije bien podrá leer lo que un
desconocido raspó con una navaja y mala letra sobre la piedra: la palabra Durruti.»
Hans Magnus Enzensberger
El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti.
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