«Cuando entro en la cocina a
beber, por de pronto, más agua y a mirar si hay un poco de comida para este
amigo inesperado, voy pensando, mientras le rasco con mimo la cabeza, que ando
yo muy falta de cariño y lo peor es que ya me he acostumbrado y no lo noto,
tiene que aparecérseme un animalito como éste para que me dé cuenta. Desde que
murió mamá, me he ido encerrando en mí misma cada vez más, como ella a quien yo
tanto se lo reprochaba, “Pero llama a alguna amiga, por favor; claro, no las
tienes porque no las llamas, si no riegas los tiestos también se te secan, ¿no?”,
y ella que la dejara en paz, que le daba pereza. Es malo aislarse así. Soledad
me lo dijo el otro día hablando de su madre, que o se reconcome por no darle
tres cuartos al pregonero de lo que le está pasando, o si no les suelta el
veneno a los hijos. Y eso tampoco. No quiero acabar como esa señora ni como
mamá, la pobre, más sola que la una, resentida, que antes la mataban que pedir
auxilio o un mimo, hay que saber mantenerse una en su sitio –decía-, siempre
esperando que la vinieran a buscar a ella, sin tener de quién echar mano cuando
le entraran ganas de hacer confidencias o de pasarlo bien, pues no sé, con una
amiga de la propia edad y gustos parecidos, porque los chicos en cuanto crecen
ya radian en otra onda y hablan raro y no sabes lo que piensan de ti, y en
cambio con las amigas puedes desahogarte y decir que la vida es un asco, pero
también reírte y quitarle importancia a los disgustos de juventud, y recordar
cosas de los veraneos y letras de canciones y películas, en fin, un
intercambio, porque, si no, acabas loca, pierdes hasta el sentido del humor.»
Carmen Martín Gaite
Nubosidad variable
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