5 de junio de 2014

Nubosidad variable






«Cuando entro en la cocina a beber, por de pronto, más agua y a mirar si hay un poco de comida para este amigo inesperado, voy pensando, mientras le rasco con mimo la cabeza, que ando yo muy falta de cariño y lo peor es que ya me he acostumbrado y no lo noto, tiene que aparecérseme un animalito como éste para que me dé cuenta. Desde que murió mamá, me he ido encerrando en mí misma cada vez más, como ella a quien yo tanto se lo reprochaba, “Pero llama a alguna amiga, por favor; claro, no las tienes porque no las llamas, si no riegas los tiestos también se te secan, ¿no?”, y ella que la dejara en paz, que le daba pereza. Es malo aislarse así. Soledad me lo dijo el otro día hablando de su madre, que o se reconcome por no darle tres cuartos al pregonero de lo que le está pasando, o si no les suelta el veneno a los hijos. Y eso tampoco. No quiero acabar como esa señora ni como mamá, la pobre, más sola que la una, resentida, que antes la mataban que pedir auxilio o un mimo, hay que saber mantenerse una en su sitio –decía-, siempre esperando que la vinieran a buscar a ella, sin tener de quién echar mano cuando le entraran ganas de hacer confidencias o de pasarlo bien, pues no sé, con una amiga de la propia edad y gustos parecidos, porque los chicos en cuanto crecen ya radian en otra onda y hablan raro y no sabes lo que piensan de ti, y en cambio con las amigas puedes desahogarte y decir que la vida es un asco, pero también reírte y quitarle importancia a los disgustos de juventud, y recordar cosas de los veraneos y letras de canciones y películas, en fin, un intercambio, porque, si no, acabas loca, pierdes hasta el sentido del humor.»

Carmen Martín Gaite
Nubosidad variable

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