«El estrechamiento de la amistad entre
Catherine e Isabella fue tan rápido como efusivos habían sido sus comienzos, y
se superaban tan velozmente todos los grados de un creciente cariño que pronto
no quedaron nuevas pruebas que dar de él a sus amigos o mutuamente. Se llamaban
por su nombre de pila, paseaban siempre cogidas del brazo, se unían al mismo
grupo de baile y no se dejaban separar; si una mañana lluviosa les privaba de
otras diversiones, mantenían su resolución de verse, desafiando la humedad y el
barro, y se encerraban juntas a leer novelas. Sí, novelas, pues no voy a
adoptar esa poco generosa y poco política costumbre, tan común en los que
escriben novelas, de denigrar con su despectiva censura las mismas
manifestaciones cuyo número están ellos mismos incrementando, haciendo frente
común con sus mayores enemigos al lanzar los más duros epítetos contra tales
obras y no permitiendo casi nunca que las lea su propia heroína, la cual, si
por casualidad coge una en sus manos, siempre hojeará sus insípidas páginas con
desprecio. Porque, ¡ay!, si la heroína de una novela no es defendida por la de
otra, ¿de quién puede esperar protección y consideración? ¿Cómo no vamos a
sublevarnos contra esto? Dejemos que los periodistas censuren a sus anchas
tales efusiones de la fantasía y ante cada nueva novela repitan los manidos y
tontos argumentos con que la prensa gruñe en la actualidad.»
Jane Austen
La abadía de Northanger
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