«La investigación de este asunto
duró mucho tiempo. Realmente, era tremendo. Aparte de los cuatro edificios
quemados y los cientos de personas que se volvieron locas, hubo muertos.
Podemos hablar con seguridad de dos: Berlioz y el desafortunado funcionario de
la oficina de guías para extranjeros, el ex barón Maigel. Ellos sí que estaban
muertos. Los huesos carbonizados del segundo fueron encontrados en el
apartamento número 50 de la calle Sadóvaya después de que se apagara el
incendio. Sí, hubo víctimas y estas víctimas justificaban una investigación.
Hubo víctimas incluso después de la desaparición de Voland, y que fueron, aunque
sea penoso reconocerlo, los gatos negros.
Unos cien animales, fieles,
leales y útiles al hombre, fueron fusilados y exterminados por otros medios en
distintos puntos del país. En varias ciudades más de una docena de gatos, y
algunos bastantes mutilados, fueron entregados a las milicias. Así, en Armavir,
uno de estos inocentes animales fue conducido por un ciudadano a las milicias
con las patas delanteras atadas.
El ciudadano acechó al gato en el
momento en que el animal con aire furtivo (¿qué se le va a hacer, si los gatos
siempre tienen ese aire? No es porque sean viciosos, sino porque tienen miedo
de que algún ser más fuerte que ellos, un perro o un hombre, les haga daño o
les perjudique. Las dos cosas son muy fáciles de hacer, pero les aseguro que
esto no honra a nadie, ¡absolutamente a nadie!), sí, como decía, con aire
furtivo el gato se disponía a esconderse entre unas hojas.
Abalanzándose sobre el gato y
quitándose la corbata para atarlo, el ciudadano murmuraba con voz venenosa y
amenazadora:
—¡Ah! ¿Con que ha venido a vernos
a Armavir, señor hipnotizador? ¡Pues aquí nadie le tiene miedo! ¡Y no se haga
el mudo! ¡Ya sabemos qué clase de bicho es usted!
El ciudadano llevó al pobre
animal a las milicias, arrastrándole por sus patas delanteras, atadas con una
corbata verde, con ligeros puntapiés consiguiendo que anduviese sobre las patas
de atrás.
—¡Deje de hacer el tonto!
—gritaba el ciudadano, acompañado por unos chiquillos que silbaban—. ¡No va a
conseguir nada! ¡Haga el favor de andar como es debido!
El gato negro ponía en blanco sus
ojos de mártir. La naturaleza le había privado del don de la palabra y no podía
demostrar su inocencia. El pobre animal debe su salvación a las milicias, en
primer lugar, y luego, a su dueña, una respetable anciana viuda. En cuanto el
gato estuvo en presencia de las milicias, se comprobó que el ciudadano despedía
un fuerte olor a alcohol, lo que hizo dudar inmediatamente de sus
declaraciones.
Mientras tanto, la viejecita, que
supo por sus vecinos que su gato había sido detenido, corrió a las milicias y
llegó a tiempo. Habló del gato con las consideraciones más favorables, explicó
que hacía cinco años que le conocía, que desde que era pequeño respondía de él
como de sí misma; demostró que nunca había sido culpado de nada malo y que
nunca estuvo en Moscú. Había nacido en Armavir, allí creció y aprendió a cazar
ratones.
El gato fue devuelto a su dueña,
aunque después de haber sufrido y experimentado lo que es la equivocación y la
calumnia.»
Mijaíl Bulgákov
El maestro y Margarita
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