«Entre los hombres que van tras
muchas mujeres podemos distinguir fácilmente dos categorías. Unos buscan en
todas las mujeres su propio sueño, subjetivo y siempre igual, sobre la mujer.
Los segundos son impulsados por el deseo de apoderarse de la infinita variedad
del mundo objetivo de la mujer.
La obsesión de los primeros es lírica: se buscan a sí mismos en las
mujeres, buscan su ideal y se ven repetidamente desengañados porque un ideal
es, como sabemos, aquello que nunca puede encontrarse. El desengaño que los
lleva de una mujer a otra les brinda a su inconstancia cierta disculpa
romántica, de modo que muchas mujeres sentimentales pueden sentirse conmovidas
por su terca poligamia.
La segunda obsesión es épica y las mujeres no ven en ella nada
conmovedor: el hombre no proyecta sobre las mujeres un ideal subjetivo; por eso
todo le resulta interesante y nada puede desengañarlo. Y es precisamente esa
incapacidad para el desengaño la que contiene algo de escandaloso. La obsesión
del mujeriego épico produce a la gente la impresión de que no se ha pagado nada
a cambio de ella (no se ha pagado con el desengaño).
Debido a que el mujeriego lírico
persigue siempre al mismo tipo de mujeres, nadie se da cuenta de que cambia de
amantes; los amigos le crean permanentemente conflictos porque no son capaces
de diferenciar a sus amigas y les atribuyen siempre el mismo nombre.
Los mujeriegos épicos (y por
supuesto Tomás es uno de ellos) se alejan cada vez más, en su búsqueda del
conocimiento, de la belleza femenina convencional, de la que se han hartado
rápidamente, y terminan indefectiblemente como coleccionistas de curiosidades.
Saben que lo son, les da un poco de vergüenza y, para no poner a los amigos en
aprietos, no suelen salir públicamente con sus amantes.»
Milan Kundera
La insoportable levedad del ser
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