«A veces odiaba tanto a las
personas mayores que querría matarlas, desfigurarla, o bien gritar: “Sí, me
molestas”, golpeando el suelo con el pie; pero temía a sus padres desde muy
niña. En otro tiempo, cuando Antoinette era más pequeña, su madre la sentaba a
menudo sobre las rodillas, la apretaba contra su pecho, la acariciaba y
abrazaba. Pero eso Antoinette lo había olvidado. En cambio, en lo más profundo
de su ser conservaba el sonido, los estallidos de una voz irritada pasando por
encima de su cabeza, “esta niña que está siempre encima de mí”, “¡otra vez me
has manchado el vestido con los zapatos sucios!, ¡al rincón, así aprenderás,
¿me has oído?, pequeña imbécil!”. Y un día… por primera vez, un día había
deseado morir. Ocurrió en una esquina, en medio de una regañina; una frase
encolerizada, gritada con tal fuera que los viandantes habían vuelto la cabeza:
“¿Quieres que te dé un guantazo? ¿Sí?”, y la quemazón de una bofetada. En plena
calle. Tenía once años y era alta para su edad. Los viandantes, las personas
mayores, eso no significaba nada. Pero en aquel instante unos chicos salían del
colegio y se había reído de ella al verla.»
Irène Némirovsky
El baile
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