“-Maese Pérez está enfermo –dijo-; la
ceremonia no puede empezar. Si queréis, yo tocaré en su ausencia; que ni maese
Pérez es el primer organista del mundo, ni a su muerte dejará de usarse este
instrumento por falta de inteligente…
El arzobispo hizo una señal de asentimiento
con la cabeza, y ya algunos de los fieles que conocían a aquel personaje
extraño por un organista envidioso, enemigo del de Santa Inés, comenzaban por
prorrumpir en exclamaciones de disgusto, cuando de improviso se oyó en el atrio
un ruido espantoso.
-¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está
aquí!...
A estas voces de los que estaban apiñados en
la puerta, todo el mundo volvió la cabeza.
Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba,
en efecto, en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el
honor de llevar en sus hombros.
Los preceptos de los doctores, las lágrimas
de su hija, nada había sido bastante a detenerle en el lecho.
-No –había dicho-; ésta es la última, lo
conozco, lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, y esta noche
sobre todo, la Nochebuena. Vamos, lo quiero, lo mando; vamos a la Iglesia.”
Gustavo Adolfo Bécquer
Maese Pérez, el organista
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