«-¿Cómo se puede poseer estrellas?
-¿De quién son? –replicó, hosco, el
hombre de negocios.
-No sé. De nadie.
-Entonces son mías, pues soy el primero
en haberlo pensado.
-¿Es suficiente?
-Seguramente. Cuando encuentras un
diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es de
nadie, es tuya. Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar: es
tuya. Yo poseo las estrellas porque jamás, nadie antes que yo, soñó con
poseerlas.
-Es verdad –dijo el principito-. ¿Y qué
haces tú con las estrellas?
-Las administro. Las cuento y las
recuento –dijo el hombre de negocios-. Es difícil. ¡Pero soy un hombre serio!
El principito no estaba satisfecho.
-Yo, si poseo un pañuelo, puedo ponerlo
alrededor de mi cuello y llevármelo. Yo, si poseo una flor, puedo cortarla y
llevármela. ¡Pero tú no puedes cortar las estrellas!
-No, pero puedo depositarlas en el banco.
-¿Qué quiere decir eso?
-Quiere decir que escribo en un papelito
la cantidad de mis estrellas. Y después cierro el papelito, bajo llave, en un
cajón.
-¿Eso es todo?
-Es suficiente.
“Es divertido”, pensó el principito. “Es
bastante poético. Pero no es muy serio.”
El principito tenía sobre las cosas
serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas mayores.
-Yo –dijo aún- poseo una flor que riego
todos los días. Poseo tres volcanes que deshollino todas las semanas. Y
deshollino también el que está extinguido. Nunca se sabe. Es útil para mis
volcanes y es útil para mi flor que yo los posea. Pero tú no eres útil a las
estrellas…
El hombre de negocios abrió la boca pero
no encontró respuesta y el principito se fue.»
Antoine de Saint-Exupéry
El
principito
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