24 de marzo de 2012

La voluntad


«¡El progreso! ¡Qué nos importan las generaciones futuras! Lo importante es nuestra vida, nuestra sensación momentánea y actual, nuestro yo, que es un relampagueo fugaz. Además, el progreso es inmoral, es una colosal inmoralidad, porque consiste en el bienestar de unas generaciones a costa del trabajo y del sacrificio de las anteriores.»

Azorín entra en la calle de los Estudios. Pasa por la misma una mujer con dos niños. Y Azorín piensa:

«No sé qué estúpida vanidad, qué monstruoso deseo de inmortalidad, no lleva a continuar nuestra personalidad más allá de nosotros. Yo tengo por la obra más criminal esta de empeñarnos en que prosiga indefinidamente una humanidad que siempre ha de sentirse estremecida por el dolor: por el dolor del deseo incumplido, por el dolor, más angustioso todavía, del deseo satisfecho… Podrán llegar los hombres al más alto grado de bienestar, ser todos buenos, ser todos inteligentes…, pero no serán felices; porque el tiempo, que se lleva la juventud y la belleza, trae a nosotros la añoranza melancólica por las pasadas agradables sensaciones. Y el recuerdo será siempre fuente de tristeza. Yo de mí sé decir que nada hay que tanto me contriste como volver a ver un lugar –una casa, un paisaje- que frecuenté en mi adolescencia; ni nada que ponga tanta amargura en mi espíritu como observar cómo ha ido envejeciendo…, cómo ha perdido el brillo de los ojos, y la flexibilidad de sus miembros, y la gallardía de sus movimientos… la mujer que yo amé secreta y fugazmente siendo muchacho. ¡Todo pasa brutalmente, inexorablemente! Y yo veo junto a esta mujer deforme, lenta, inexpresiva…, un gesto, una mirada, un movimiento de la muchacha de antaño…, su modo peculiar de sonreír entornando los ojos titileantes, su manera de decir no, su expresión deliciosamente grave al hacer una confidencia… ¡Y todo este resurgimiento instintivo me llena de una tristeza casi anhelante! Y pienso en una inmensa Danza de la Muerte, frenética, ciega, que juega con nosotros y nos lleva a la nada… Los hombres mueren, las cosas mueren. Y las cosas me recuerdan los hombres, las sensaciones múltiples de esos hombres, los deseos, los caprichos, las angustias, las voluptuosidades de todo un mundo que ya no es.»


Azorín
La voluntad

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