«A la señorita Ingram le faltaba algo para provocar mis celos: era demasiado imperfecta para despertarlos. Perdona esta aparente paradoja: sé lo que me digo. Era muy llamativa, pero no era auténtica. Tenía un bello cuerpo y muchos talentos deslumbradores, pero su mente era mediocre y su corazón yermo por naturaleza. No florecía nada de manera espontánea en esa tierra; ningún fruto natural deleitaba por su lozanía. No era buena, no era original: acostumbraba a repetir citas altisonantes de los libros, pero nunca ofrecía, ni tenía, opinión propia. Preconizaba sentimientos elevados, pero desconocía los sentimientos de compasión y piedad, carecía de ternura y sinceridad. Demostraba esto con demasiada frecuencia, descargando la antipatía malévola que albergaba contra la pequeña Adèle, rechazándola con algún epíteto ofensivo cuando se acercaba ésta, a veces echándola de la habitación, y tratándola siempre con frialdad y acritud. Otros ojos, además de los míos, observaban estas manifestaciones de carácter; las observaban de cerca, con agudeza y perspicacia. Sí, el futuro novio, el señor Rochester mismo, ejercía una vigilancia constante sobre su pretendida; y fueron su sagacidad, su recelo, su conciencia perfecta y diáfana de los defectos de su amada, la evidente ausencia de pasión de sus sentimientos por ella, lo que me causaban un sufrimiento incesante.
Me di cuenta de que se iba a casar con ella por razones de familia o, quizás, políticas, porque le convenían su rango y sus conexiones. Me parecía que no le había entregado su amor y que ella no tenía las cualidades necesarias para ganar ese tesoro. Ésta era la cuestión, esto era lo que me exasperaba y torturaba los nervios, aquí residía mi sufrimiento: ella no era capaz de enamorarlo.
Si ella hubiera conseguido una victoria inmediata y él hubiera depositado su corazón a sus pies, yo me habría tapado la cara, me habría vuelto hacia la pared y (metafóricamente) habría muerto para ellos. Si la señorita Ingram hubiese sido una mujer buena y noble, dotada de fuerza, fervor, bondad y sentido, yo habría librado una batalla con dos tigres: los celos y la desesperación. Después de que éstos me hubieran arrancado y devorado el corazón, la habría admirado, habría reconocido su perfección y me habría callado durante el resto de mis días. Cuanto más absoluta su superioridad, más profunda habría sido mi admiración y más serena mi resignación. Pero, tal como estaban las cosas, observar los intentos de la señorita Ingram de fascinar al señor Rochester, ser testigo de sus constantes fracasos sin que ella se diese cuenta de ello, creyendo, en su vanidad, que cada flecha disparada daba en el blanco y vanagloriándose de su éxito, cuando su orgullo y engreimiento repelían cada vez más lo que ella pretendía atraer; ser testigo de aquello era hallarse bajo una excitación sin fin y una despiadada represión.»
Charlotte Brontë
Jane Eyre
5 comentarios:
Jane Eyre es simplemente precioso en demasiadas formas. Me encanta !
Mi libro favorito! Es demaskado maravilloso!
Un excelente libro, que enmarca una realidad no muy lejana, nos muestra aquella superación, que nos manda al camino de libertad y amor ♥️
¿A qué capítulo del libro pertenece este fragmento?
Por cierto, un libro increíble, disfruté leyéndolo.
Que maravilla de libro mi favorito junto a Gerónimo Stilton
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