«Hay cada ocho, cada diez, cada veinte años –ha seguido pensando-, un nuevo tipo de escritor que representa las aspiraciones y los gustos comunes. No hay más que abrir una colección de periódicos para verlo claramente. La sintaxis, la adjetivación, la analogía, hasta la misma puntación, cambian en breve espacio de tiempo… Un cronista no puede ser “brillante” más allá de diez años…, y es mucho. Después queda anticuado, desorientado. Otros jóvenes vienen con otros adjetivos, con otras metáforas, con otras paradojas…, y el antiguo cronista muere definitivamente, para el presente y para la posterioridad… ¿Quién era Selgas? ¿Quiés era Castro y Serrano?... Yo veo que hay dos cosas en literatura: la novedad y la originalidad. La novedad está en la forma, en la facilidad, en el ardimiento, en la elegancia del estilo. La originalidad es cosa más honda: está en algo indefinible, en un secreto encanto de la idea, en una idealidad sugestiva y misteriosa… Los escritores nuevos son los más populares; los originales rara vez alcanzan la popularidad en vida…, pero pasan, pasan indefectiblemente a la posteridad. Y es que sólo puede ser popular lo artificioso, lo ingenioso, y los escritores originales son todos sencillos, claros, desaliñados casi…, porque sienten mucho. Cervantes, Teresa de Jesús, Bécquer…, son incorrectos, torpes, desmañados. En tiempo de Cervantes, los Argensola era los cronistas “brillantes”; en tiempo de Bécquer…, yo no sé quién sería, tal vez aquel majadero de Lorenzana…».
Azorín
La voluntad
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