19 de noviembre de 2018

Abril quebrado



«—¿Te fijaste en la palidez de ese montañés que ha matado hace pocos días? —dijo Besian mirando con fijeza, quién sabe por qué, el anillo en la mano de su mujer—. Ése que acabamos de ver.
—Es verdad, estaba terriblemente pálido —dijo Diana.
—Quién sabe las dudas y vacilaciones que ha experimentado antes de partir para cometer el homicidio. ¿Qué son las zozobras que describe Shakespeare frente al de este Hamlet de nuestras montañas?

Los ojos de ella lo contemplaron con agradecimiento.

—¿Te parece excesivo que cite al príncipe danés para referirme a un montañés del Rrafsh?
—En absoluto —dijo Diana—. Expresas las cosas con tanta precisión, y ya sabes cuánto aprecio en ti esa cualidad.

Por su cerebro pasó furtivamente la idea de que había sido precisamente ese don de la palabra lo que le había ayudado a conquistar a Diana.

—A Hamlet se le apareció el espectro de su padre para empujarlo a la venganza —prosiguió Besian excitado—, pero ¿te imaginas qué pavorosos espectros asaltan al montañés para inducirlo a la venganza de sangre?

Los ojos de Diana, abiertos de par en par, lo miraban de soslayo.

Él le habló de la camisa ensangrentada de la víctima, que no se retiraba de la habitación de los hombres hasta que no quedaba lavada con otra sangre.

—¿Imaginas el terrible tormento que eso supone? A Hamlet se le apareció dos o tres veces el espectro de su padre a medianoche, y sólo durante unos instantes, pero la camisa que reclama venganza permanece en nuestras kulla noche y día durante meses y estaciones enteras, y cuando la sangre cambia de color, las gentes dicen: ahí está, el muerto se está impacientando por no ser vengado.
—Quizá por eso estaba tan pálido.
—¿Quién?
—Aquél, el montañés.
—Ah, sí, desde luego.

Besian tuvo la fugaz impresión de que Diana pronunciaba la palabra “pálido” de un modo que parecía estar diciendo “hermoso”, pero desechó al instante la idea.

—¿Y qué es lo que hará ahora? —preguntó Diana.
—¿Quién?
—Ése…, el montañés.
—Ah, ¿qué es lo que va a hacer? —Besian se alzó de hombros—. Si, como dijo el posadero, hace cuatro o cinco días que ejecutó el homicidio y, suponiendo que se haya acogido a la besa grande, es decir, la besa de un mes, en ese caso le quedan veinticinco días de vida normal.

Sonrió con amargura, mas el rostro de ella no se alteró.

—Se trata de una especie de último permiso en este mundo —prosiguió él—. La famosa expresión de que los vivos no son sino muertos venido de vacaciones a esta vida adquiere en nuestras cumbres su sentido más exacto.

—Eso es lo que parecía, como si hubiera venido transitoriamente desde el más allá —intervino ella—. Y con esa señal procedente de allí en la manga —Diana suspiró—. Es como tú decías —continuó—, lo mismo que un Hamlet.

Besian miraba al exterior con la sonrisa congelada en la parte superior del rostro.

—Y piensa que Hamlet es empujado a cometer el homicidio por una causa tangible. Mientras que en el caso de éste —Besian señaló con la mano el camino, en dirección contraria a la que avanzaban—, el mecanismo que le ha puesto en movimiento es ajeno a su protagonista, en ocasiones se encuentra incluso lejos de su tiempo.

Diana escuchaba con atención, aunque algo se le escapaba del sentido de aquellas palabras.

—Se precisa de una voluntad de titán para partir hacia la muerte en cumplimiento de una orden recibida desde tan enorme distancia —prosiguió Besian—. Pues ese mandato procede de muy lejos, en ocasiones de generaciones humanas ya desaparecidas.

Diana volvió a lanzar un profundo suspiro.

—Gjorg —dijo en voz baja—. Así se llamaba, ¿no?
—¿Quién?
—Quién va a ser, el montañés…, el de la posada.
—Ah, sí, Gjorg. Justo así. Te ha impresionado, ¿eh?

Ella asintió con un movimiento de cabeza.»

Ismaíl Kadaré
Abril quebrado

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