26 de enero de 2017

El astillero

«Lavaba los platos guiñando los ojos al humo del cigarro que le colgaba de la boca y los iba pasando a Larsen para que los secara.

“Tan hermosa y tan concluida —pensaba Larsen—. Si se lavara, si le diera por peinarse. Pero con todo, aunque se pasara las tardes en un salón de belleza y la vistieran en París y yo tuviera diez o veinte años menos, no se puede calcular la necesidad, y a ella le diera por meterse conmigo, sería inútil. Está lisa, quemada y seca como un campo después de un incendio de verano, más muerta que mi abuela, y es imposible, apuesto, que no esté muerto también lo que lleva en la barriga”.»

Juan Carlos Onetti
El astillero

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