17 de septiembre de 2015

La lucha por la vida

«El cielo estaba espléndido, cuajado de estrellas; la Vía Láctea cruzaba la cóncava inmensidad azul. La figura geométrica de la Osa Mayor brillaba muy alta. Arturus y Wega resplandecían dulcemente en aquel océano de astros.

A lo lejos, el campo oscuro, surcado por líneas de luces, parecía el mar en un puerto, y las filas de luces semejaban las de los malecones de un muelle.

El aire húmedo y caliente venía impregnado de olores de plantas silvestres, agostadas por el calor.

—¡Cuánta estrella! —dijo Manuel—. ¿Qué serán?
—Son mundos, y mundos sin fin.
—No sé por qué hoy me consuela ver ese cielo tan hermoso. Oye, Jesús, ¿tú crees que habrá hombres en esos mundos? —preguntó Manuel.
—Quizá, ¿por qué no?
—¿Y habrá también cárceles, jueces, casas de juego, polizontes?... ¿Eh? ¿Crees tú?

Jesús no contestó a la pregunta. Luego habló con una voz serena de un sueño de humanidad idílica, un sueño dulce y piadoso, noble y pueril…

En su sueño, el hombre, conducido por una idea nueva, llegaba a un estado superior.

No más odios, no más rencores. Ni jueces, ni polizontes, ni soldados, ni autoridad, ni patria. En las grandes praderas de la tierra, los hombres libres trabajan al sol. La ley del amor ha sustituido a la ley del deber, y el horizonte de la humanidad se ensancha cada vez más extenso, cada vez más azul…

Y Jesús continuó hablando de un ideal vago de amor y de justicia, de energía y de piedad; y aquellas palabras suyas, caóticas, incoherentes, caían como bálsamo consolador sobre el corazón ulcerado de Manuel… Luego, los dos callaron, entregados a sus pensamientos, contemplando la noche.

Una beatitud augusta resplandecía en el cielo, y la vaga sensación de la inmensidad del espacio, lo infinito de los mundos imponderables, llevaba a sus corazones una deliciosa calma…»

Pío Baroja
Mala hierba (La lucha por la vida)

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