«Su cuartucho se hallaba bajo el tejado de
un gran edificio de cinco pisos y, más que una habitación, parecía una alacena.
En cuanto a la patrona, que le había alquilado el cuarto con servicio y
pensión, ocupaba un departamento del piso de abajo; de modo que nuestro joven,
cada vez que salía, se veía obligado a pasar por delante de la puerta de la
cocina, que daba a la escalera y estaba casi siempre abierta de par en par. En
esos momentos experimentaba invariablemente una sensación ingrata de vago
temor, que le humillaba y daba a su semblante una expresión sombría. Debía una
cantidad considerable a la patrona y por eso temía encontrarse con ella. No es
que fuera un cobarde ni un hombre abatido por la vida. Por el contrario, se
hallaba desde hacía algún tiempo en un estado de irritación, de tensión
incesante, que rayaba en la hipocondría. Se había habituado a vivir tan
encerrado en sí mismo, tan aislado, que no sólo temía encontrarse con su
patrona, sino que rehuía toda relación con sus semejantes. La pobreza le
abrumaba. Sin embargo, últimamente esta miseria había dejado de ser para él un
sufrimiento. El joven había renunciado a todas sus ocupaciones diarias, a todo
trabajo.»
Fiodor Dostoievski
Crimen y castigo
Crimen y castigo
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