20 de noviembre de 2012

Niebla




«―Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
―¿Cómo? ―exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
―Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ―le pregunté.
―Que tenga valor para hacerlo ―me contestó.
―No ―le dije―; ¡que esté vivo!
―¡Desde luego!
―¡Y tú no estás vivo!
―¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que he muerto? ―Y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
―¡No, hombre, no! ―le repliqué―. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
―¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ―me suplicó consternado―. Porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
―Pues bien: la verdad es, querido Augusto ―le dije con la más dulce de mis voces―, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
―¿Cómo que no existo? ―exclamó.
―No, no existe más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.»


Miguel de Unamuno
Niebla

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