«¿Por qué aquella mirada se volvía
valiente ante la resignación? Qué le costaba a él perdonar, cuando era tan
fácil decir una palabra o dos, o cien palabras si éstas fueran necesarias para
salvar el alma. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno? Y sin embargo, él,
perdido en un pueblo sin nombre, sabía los que habían merecido el cielo. Había
un catálogo. Comenzó a recorrer los santos del panteón católico comenzando por
los del día: “Santa Nunilona, virgen y mártir; Anercio, obispo; santas Salomé
viuda, Alodia o Elodia y Nulina, vírgenes; Córdula y Donato”. Y siguió. Ya iba
siendo dominado por el sueño cuando se sentó en la cama: “Estoy repasando una
hilera de santos como si estuviera viendo saltar cabras”.
Salió fuera y miró el cielo. Llovían
estrellas. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un cielo quieto. Oyó el
canto de los gallos. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra. La
tierra, “este valle de lágrimas”.»
Juan Rulfo
Pedro
Páramo
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