«Adela de Otero miró desafiante a don Jaime, con el mismo
descaro que si acabase de referir una simple travesura. No podía éste apartar
los ojos de ella, fascinado por la expresión de su rostro: ni odio, ni
remordimiento, ni pasión alguna. Tan sólo la ciega lealtad a una idea, a un
hombre. Había en su terrible belleza algo de hipnótico y estremecedor a un
tiempo, como si el ángel de la muerte se hubiera encarnado en sus facciones.»
Arturo Pérez-Reverte
El maestro de esgrima
Arturo Pérez-Reverte
El maestro de esgrima
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