«No había que traer hijos a un mundo como aquél. No había que perpetuar el sufrimiento, ni acrecentar el número de animales lujuriosos, carentes de emociones duraderas, que sólo se movían, que iban de aquí para allá, llevados por sus caprichos y sus vanidades.»
[...]
«A la hora del té Rezia le contó que la hija de la señora Filmer esperaba un bebé. ¡Y ella no quería hacerse vieja sin tener hijos! ¡Estaba muy sola, se sentía muy desgraciada! Lloró por primera vez desde su boda. Él la oyó sollozar a lo lejos; la oyó con mucha claridad y nitidez; era como un émbolo moviéndose rítmicamente. Pero no sintió nada.
Su mujer estaba llorando y él no sentía nada; tan sólo que cada vez que Rezia sollozaba de aquella manera honda, silenciosa y desesperada, él daba un paso más hacia el abismo.»
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«A la hora del té Rezia le contó que la hija de la señora Filmer esperaba un bebé. ¡Y ella no quería hacerse vieja sin tener hijos! ¡Estaba muy sola, se sentía muy desgraciada! Lloró por primera vez desde su boda. Él la oyó sollozar a lo lejos; la oyó con mucha claridad y nitidez; era como un émbolo moviéndose rítmicamente. Pero no sintió nada.
Su mujer estaba llorando y él no sentía nada; tan sólo que cada vez que Rezia sollozaba de aquella manera honda, silenciosa y desesperada, él daba un paso más hacia el abismo.»
Virginia Woolf
La señora Dalloway
La señora Dalloway
Ilustración de Charlotte Harding
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