«―Pero, ¿te has metido a escribir una novela?
―¿Y qué quieres que hiciese?
―¿Y cuál es el argumento si se puede saber?
―Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo.
―¿Y cómo es eso?
―Pues mira, un día de éstos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: “voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá”. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo.
―Sí, como el mío.
―No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar.
―¿Y hay psicología, descripciones?
―Lo que hay es diálogo; sobre todo, diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada.
―Eso te lo habrá insinuado Elena, ¿eh?
―¿Por qué?
―Porque una vez me pidió una novela para matar el tiempo, recuerdo que me dijo que tuviese mucho diálogo y muy cortado.
―Sí, cuando en una que lee se encuentra con largas descripciones, sermones o relatos, los salta diciendo: “¡paja!, ¡paja!, ¡paja!”. Para ella sólo el diálogo no es paja. Y ya ves tú, puede muy bien repartirse un sermón en un diálogo.
―¿Y por qué será esto?...
―Pues porque a la gente le gusta la conversación por la conversación misma, aunque no diga nada. Hay quien no resiste un discurso de media hora y se está tres horas charlando en un café. Es el encanto de la conversación, de hablar por hablar, del hablar roto e interrumpido.
―También a mí el tono de discurso me carga...
―Sí, es la complacencia del hombre en el habla, y en el habla viva... Y sobre todo que parezca que el autor no dice las cosas por sí, no nos molesta con su personalidad, con su yo satánico. Aunque, por supuesto, todo lo que digan mis personajes lo digo yo...
―Eso hasta cierto punto...
―¿Cómo hasta cierto punto?
―Sí, que empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y es fácil que acabes convenciéndote de que son ellos los que te llevan. Es muy frecuente que un autor acabe por ser juguete de sus ficciones...
―Tal vez, pero el caso es que en esa novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.
―Pues acabará no siendo novela.
―No, será..., será... nivola.»
―¿Y qué quieres que hiciese?
―¿Y cuál es el argumento si se puede saber?
―Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo.
―¿Y cómo es eso?
―Pues mira, un día de éstos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: “voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá”. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo.
―Sí, como el mío.
―No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar.
―¿Y hay psicología, descripciones?
―Lo que hay es diálogo; sobre todo, diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada.
―Eso te lo habrá insinuado Elena, ¿eh?
―¿Por qué?
―Porque una vez me pidió una novela para matar el tiempo, recuerdo que me dijo que tuviese mucho diálogo y muy cortado.
―Sí, cuando en una que lee se encuentra con largas descripciones, sermones o relatos, los salta diciendo: “¡paja!, ¡paja!, ¡paja!”. Para ella sólo el diálogo no es paja. Y ya ves tú, puede muy bien repartirse un sermón en un diálogo.
―¿Y por qué será esto?...
―Pues porque a la gente le gusta la conversación por la conversación misma, aunque no diga nada. Hay quien no resiste un discurso de media hora y se está tres horas charlando en un café. Es el encanto de la conversación, de hablar por hablar, del hablar roto e interrumpido.
―También a mí el tono de discurso me carga...
―Sí, es la complacencia del hombre en el habla, y en el habla viva... Y sobre todo que parezca que el autor no dice las cosas por sí, no nos molesta con su personalidad, con su yo satánico. Aunque, por supuesto, todo lo que digan mis personajes lo digo yo...
―Eso hasta cierto punto...
―¿Cómo hasta cierto punto?
―Sí, que empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y es fácil que acabes convenciéndote de que son ellos los que te llevan. Es muy frecuente que un autor acabe por ser juguete de sus ficciones...
―Tal vez, pero el caso es que en esa novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.
―Pues acabará no siendo novela.
―No, será..., será... nivola.»
Miguel de Unamuno
Niebla
No hay comentarios:
Publicar un comentario