22 de noviembre de 2011

La señora Dalloway


«Luego, al pasar junto a un jarrón de piedra en el que se habían colocado flores, Clarissa disfrutó del momento más exquisito de toda su vida. Sally se detuvo, cogió una flor y besó a Clarissa en los labios. ¡Fue como si el mundo se hubiera puesto cabeza abajo! Los demás desaparecieron; Sally y ella estaban solas. Tuvo la seguridad de que se le había hecho entrega de un regalo, cuidadosamente envuelto, con el mensaje de que lo guardara sin abrirlo: un diamante, algo infinitamente precioso, bien envuelto, que, mientras paseaban (arriba y abajo, arriba y abajo), ella descubrió, o cuyo resplandor traspasó el envoltorio y se produjo la revelación, el sentimiento religioso».

 
Virginia Woolf
La señora Dalloway

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