5 de septiembre de 2011

Sinuhé, el egipcio


“-No soy una mujer ignorante, porque hablo, además de mi lengua materna, la de Babilonia y la tuya y sé escribir mi nombre de tres maneras diferentes, tanto sobre la arcilla como en el papiro. He visitado también muchas grandes villas y he ido hasta Egipto por mi dios y he danzado delante de numerosos espectadores que han admirado mi arte hasta el día en que los mercaderes me raptaron cuando naufragó nuestro barco. Sé que los hombres y las mujeres son iguales en todos los países a pesar de la diferencia de su color y de su lengua, pero adoran a dioses diferentes. Sé también que la gente culta es igual en todos los países y que difieren poco en ideas y costumbres, pero se alegran el corazón con vino y en el fondo no creen ya en los dioses porque así ha sido siempre y vale estar seguro. Sé todo esto, pero desde mi infancia he sido criada en el ambiente del dios y habiendo sido iniciada en todos los ritos secretos de su culto ninguna potencia ni ninguna magia pueden separarme de mi dios. Si hubieses bailado también delante de los toros y saltado al bailar por entre sus cuernos afilados tocando con el pie el hocico mugiente del animal, acaso pudieses comprenderme. Pero me parece que no has visto nunca muchachas ni muchachos danzar delante de los toros”

[...]

“Pensaba en ella, pensaba también en todos los que, consagrados al dios, habían penetrado en este antro después de haber aprendido a bailar delante de los toros. Pensaba en los jóvenes que habían tenido que abstenerse de tocar mujer y en las muchachas que habían tenido que preservar su virginidad para poder presentarse ante el dios de la luz y felicidad, y pensaba en sus cráneos y sus huesos que yacían en la mansión oscura y en el monstruo que los acechaba en los corredores sinuosos y que les cerraba el camino con su espantosos cuerpo, de manera que su habilidad y sus saltos no les servían para nada. El monstruo vivía de carne humana y una comida al mes le bastaba, y por esa comida los dueños de Creta le sacrificaban la flor y la nata de su bella juventud, con la esperanza de conservar su supremacía marítima. Este monstruo debió sin duda salir un día de los abismos espantosos del mar y una tempestad lo había arrojado a aquella gruta y le habían cerrado la salida construyéndole un laberinto para llegar hasta él alimentándolo con ofrendas humanas, hasta el día en que había muerto y no podía ser sustituido por otro. Pero, ¿dónde estaba Minea?”


Mika Waltari
Sinuhé, el egipcio

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