27 de julio de 2011

Miedo y asco en Las Vegas

«El baño era como el interior de un inmenso altavoz defectuoso. Nefandas vibraciones, ruido insoportable. Suelo lleno de agua. Separé la radio cuanto pude la bañera y luego salí y cerré la puerta.

Segundos después, me gritaba:

―¡Socorro! ¡Eh, tú, cabrón! ¡Necesito ayuda!

Volví corriendo, pensando que se había cortado una oreja sin darse cuenta.

Pero no... intentaba llegar desde la bañera a la estantería de fornica blanca donde estaba la radio.

―Quiero esa radio maldita ―bufaba.

Se la quité de la mano.

―¡Imbécil! ―dije―. ¡Vuelve a esa bañera! ¡Deja esa radio de una puta vez!

Volví a quitársela de la mano. Estaba tan alta que resultaba difícil saber lo que tocaban a menos que conocieses Cojín Subrealista casi nota a nota... que era mi caso, por entonces. Por lo cual supe que había terminado “Conejo Blanco”. El punto álgido había llegado y pasado.

Pero al parecer mi abogado no lo entendía. Quería más.

―¡Otra vez! ―gritó―. ¡Necesito oírlo otra vez!

Sus ojos eran ahora locura absoluta, no podía centrarlos. Parecía al borde de una especie de orgasmo psíquico totalmente sobrecogedor...

―¡Ponla otra vez! ―aullaba―. ¡A todo lo que dé ese trasto! Y cuando llegue esa fantástica nota en que el Conejo se arranca la cabeza de un mordisco, quiero que tires esa maldita radio aquí a la bañera conmigo.

Le miré fijamente, agarrando con fuerza la radio.

―Ni hablar ―dije por fin―. Me gustaría mucho meter un aguijón eléctrico de cuatrocientos cuarenta voltios en esa bañera ahora mismo. Pero esta radio no. Te haría atravesar esa pared... liquidado en diez segundos.

Luego me eché a reír.

―Me obligarían a explicarlo, coño... me someterían a uno de esos interrogatorios tan jodidos para que explicara... sí... los detalles exactos. No me apetece nada.

―¡Chorradas! ―gritó él―. ¡No tienes más que decirles que yo quería Subir Más!

Lo pensé un momento.

―Vale, vale ―dije por fin―. Tienes razón. Probablemente sea la única solución.

Cogí la radio/grabadora (que estaba aún enchufada) y la puse sobre la bañera.

―Espera que compruebe si está todo aclarado ―dije―. Tú quieres que yo tire este trasto en la bañera en mitad de “Conejo Blanco”, ¿no es eso?

Se tumbó en el agua y sonrió agradecido.

―Sí, joder ―dijo―. Empezaba a pensar que iba a tener que salir para decirle a una de esas malditas doncellas que lo hiciera.

―No te preocupes ―dije―. ¿Listo?

Apreté el botón y empezó a alzarse otra vez “Conejo Blanco”. Casi inmediatamente, él empezó a aullar y gemir... otra vez a la carrera por la ladera arriba de aquella montaña, pensado que, ahora, llegaría por fin a la cima. Tenía los ojos cerrados muy fuerte y sólo le sobresalían del agua verde y aceitosa la cabeza y la punta de las rodillas.

Dejé que la canción siguiera y busqué entre el montón de pomelos maduros y gordos que había junto al lavabo. El más grande pesaba ochocientos gramos. Agarré aquel cabrón... y justo cuando “Conejo Blanco” llegaba al punto culminante, lo dejé caer en la bañera como una bala de cañón.

Mi abogado lanzó un alarido descomunal, se estiró en la bañera como tiburón detrás de carne, llenando el suelo de agua, mientras luchaba por agarrar algo.»


Hunter S. Thompson
Miedo y asco en Las Vegas

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