“Margaret se mostró de acuerdo, y siguieron su camino contra el viento, resistiéndolo con risueño placer veinte minutos más, cuando de repente las nubes se juntaron, y una lluvia torrencial les cayó encima… Mortificadas y disgustadas, se vieron en la necesidad de dar la vuelta, muy en contra de su voluntad, puesto que no tenían otro refugio más cerca que su propia casa. Un consuelo, sin embargo, les quedó, que la urgencia del momento volvía anómalamente oportuno: correr a toda velocidad por la abrupta ladera e la colina que conducía directamente a la verja del jardín.
Empezaron a correr. Marianne llevaba la delantera al principio, pero de repente dio un paso un falso y cayó al suelo, mientras Margaret, que no pudo pararse a ayudarla, aceleraba sin querer la marcha y llegaba a la base sana y salva.
Un caballero que llevaba una escopeta y dos pointers que retozaban a su alrededor estaban subiendo por la colina, a unas pocas yardas de Marianne, cuando se produjo el accidente. Soltó el arma y corrió en su auxilio. Ella se había levantado, pero con la caída se había torcido el pie, y apenas era capaz de sostenerse. El caballero ofreció sus servicios, y viendo que la modestia de la joven se negaba a lo que por su estado resultaba indispensable, la tomó en sus brazos sin más demora y cargó con ella colina abajo. Luego, cruzando el jardín, cuya verja Margaret había dejado abierta, la llevó directamente a la casa, adonde Margaret acababa de llegar, y no dejó de sostenerla hasta haberla aposentado en una silla de la salita.
Elinor y su madre se pusieron en pie estupefactas al verlos entrar, y mientras los ojos de ambas no dejaban de mirar al caballero con asombro patente y una secreta admiración que del mismo modo manaba de su presencia, éste se excusó por la intrusión relatando la causa, de un modo tan franco y gracioso que a los encantos de su apariencia, insólitamente atractiva, se sumaron los de su voz y expresión. Incluso si hubiera sido viejo, feo y vulgar, la gratitud y la amabilidad de la señora Dashwood habrían estado aseguradas por cualquier atención que hubiera tenido con su niña; pero el influjo de la juventud, la belleza y la elegancia favoreció la agitación que se apoderó de sus sentimientos.”
Jane Austen
Juicio y sentimiento
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