“Querida Sofía:
A pesar de los años que hace que no te escribo una carta, no he olvidado el ritual a que siempre nos ateníamos. Lo primero de todo, ponerse en postura cómoda y elegir un rincón grato, ya sea local cerrado o al aire libre. Luego, dar noticia un poco detallada de ese lugar, igual que se describe previamente el escenario donde va a desarrollarse un texto teatral, es de día, en primer término sofá, por el lateral derecha puerta que da al jardín, lo que sea, para que el destinatario de la carta se oriente y pueda meterse en situación desde el principio. Son pautas que sugeriste tú –lo recordarás-, como marcabas, casi sin que se diera uno cuenta, las reglas de todos los juegos.
Pues bueno, ya me he puesto cómoda, y además he descorchado una botella de champán francés que tenía en la nevera desde Navidades. Con taponazo hasta el techo. Ha habido motivo, y no pequeño. Si supieras el milagro que es para mí volver a tener ganas de escribir una carta no de negocios, no de reproches, no de consejos, no para resolver nada. Una carta porque sí, sin tener de antemano el borrador en la cabeza, porque te sale del alma, porque te apetece muchísimo. Me había olvidado. Es lo más urgente del mundo, pero también lo menos obligatorio. De eso que dices, bueno, son las once y tengo toda la noche por delante, salga el sol por donde quiera, no voy a mirar la agenda de mañana y que se hunda el mundo, yo a lo mío, y te la pena de la gente que está cenando en restaurantes de cinco tenedores o se ha sentado a mirar la televisión o a eternizarse hablando por teléfono.”
[…]
“Ya vendrás a verme algún día, espero. Aunque mejor no proyectar nada. De momento, a lo escrito se contesta por escrito. Era otra de tus reglas de oro, y lo debe de seguir siendo, porque no me mandas el teléfono. Claro que yo podría buscarlo, y de hecho lo he buscado mirando en la guía de calles. Mi primer impulso ha sido llamarte para decirte que vinieras, luego me he dado cuenta de que no, de que aún puede ser quebradizo el suelo que pisamos. Esta cautela previa de lo epistolar me parece saludable. Queda mucho hielo que romper.”
Carmen Martín Gaite
Nubosidad variable
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