“Con paso lento salió a la terraza. A sus pies Alejandría ya no se presentaba como la encrucijada de pasiones que consiguió enardecer la violenta pasión del amante perdido. La Alejandría de los grandes amores, con su sexualidad tumultuosa, sus aromas exóticos, sus lances misteriosos en esquinas turbulentas, quedaba para los viajeros romanos, ansiosos de pintoresquismo. Para ella, la ciudad recobraba las ambiciones que Alejandro cobijó al fundarla. ¡Cuna de la civilización! Crisol del pensamiento. Ágora de las letras. Luz de la ciencia. La Alejandría capaz de dirigir los destinos del mundo.
Y entonces Cleopatra recobró el temple de las mujeres de su raza, las mujeres famosas de una dinastía basada en la locura. Las Arsinoes, las Berenices, las Cleopatras… Reinas ácigas, reinas fatales, sí, pero también reinas rotundas. Mujeres que supieron ir más allá de la vida. Humilladas tal vez. Vejadas a menudo. Pero jamás vencidas.
Levantó el puño hacia la ciudad y la hizo suya. Dirigió la mirada hacia el mar. El viento agitó su cabellera a modo de estandarte y se llevó sus palabras hacia Roma:
-¡Cuando llegue el olvido, Marco Antonio! ¡Cuando llegue el olvido!”
Terenci Moix
No digas que fue un sueño
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