26 de junio de 2025

Pioneros

«La libertad significa muy a menudo que a uno no lo necesitan en ninguna parte. Aquí tú eres una persona individual, tienes unas raíces, te echarían de menos. Pero en las ciudades hay miles de desarraigados como yo. Todos somos iguales; no tenemos vínculos, no conocemos a nadie, no poseemos nada. Cuando uno de nosotros muere, ni siquiera saben dónde enterrarlo. Nuestra casera y el dueño de la charcutería son los únicos que lamentan nuestra muerte, y no dejamos nada más que una levita y un violín, o un caballete, o una máquina de escribir, o cualquier otra herramienta con la que nos ganáramos la vida. Nuestro único logro es pagar el alquiler, el alquiler exorbitante que uno ha de pagar por unos pocos metros cuadrados cerca del meollo de las cosas. No tenemos casa, ni allegados. Vivimos en la calle, en los parques, en los teatros. Vamos a restaurantes y conciertos, miramos a nuestro alrededor y vemos a centenares de personas iguales a nosotros, y sentimos escalofríos.»
 
Willa Cather
Pioneros

15 de mayo de 2025

Trieste

«Hace sesenta y dos años que espera.
 
Sentada junto al amplio ventanal de una habitación del tercer piso de un edificio austrohúngaro en la parte antigua de Gorizia la Vieja, una mujer se balancea. La mecedora es vieja y mientras ella se balancea, la silla gime.
 
—¿Es la silla que gime o soy yo quien se lamenta?, pregunta la mujer al abismo de un vacío que extiende una capa transparente de putrefacción a su alrededor con intención de tragársela, de tragarse a la mujer que se balancea, de engullirla, de taparla, de envolverla, de empaquetarla para el vertedero donde el vacío, ese vacío suyo, amontona los cadáveres de un pasado ahora ya apaciguado. Ella está sentada junto al ventanal, tamizado por una cortina anticuada, respira suavemente, a intervalos (como si sollozara, pero sin voz) y lo primero que intenta hacer es olvidar el olor de una habitación mal ventilada. Agita las manos como si quisiera ahuyentar las moscas. Luego toca sus mejillas como si quisiera lavarse la cara o como si se quitara los restos de una telaraña atrapada en sus pestañas. Ese olor de putrefacción (¿De quién es? ¿De quién?) llena la habitación, el aire parece el curso de un río de aguas bravas, incontenible. Sabe que ahora debe empezar a amontonar guijarros para su tumba, ha llegado el momento. Hay que hacerlo por si acaso, por si acaso él no llega, por si él no llega a tiempo después de haberlo esperado sesenta y dos años.
—Llegará.
—Llegaré.
 
La mujer oye voces aunque las voces no existan. Las voces que le pertenecen han muerto. No importa. Ella habla con las voces de sus muertos, discute con ellos. De vez en cuando los sienta en su regazo, sobre sus muslos que han perdido la agilidad y deja que le susurren al oído, llevándolos de la mano por paisajes olvidados. En su cabeza los hechos se confunden con frecuencia. Sus pensamientos entonces se alinean como si pasaran por una avenida de estatuas, las figuras esculpidas en granito, en mármol, en piedra, tiemblan delante de ella y apenas mueven los labios. Hay que aguantar. Porque sin las voces, ella estaría sola, sola y encerrada dentro de su propio cráneo, que se está ablandando. Su cráneo es cada vez más frágil, se empieza a parecer al cráneo de un recién nacido. Y allí dentro, su cerebro, suspendido en el líquido cefalorraquídeo y momificado hasta cierto punto, late cansado. Su mente se mueve lenta, igual que su corazón. Toda ella se está haciendo más y más pequeña, también sus ojos, y hasta las lágrimas. La mujer evoca las voces inexistentes, unas voces que la habían abandonado, las evoca para que maticen su abandono.»
 
Daša Drndić
Trieste

14 de mayo de 2025

Lo que el viento se llevó

«Frank, como los demás hombres, creía que una mujer debía estar guiada siempre por el superior conocimiento de su esposo, que debía aceptar totalmente sus opiniones y no poseer ninguna propia. Él hubiera cedido ante la mayor parte de las mujeres. Las mujeres eran pequeños seres tan especiales que no importaba satisfacer sus antojillos. Suave y moderado por naturaleza, no era dado a oponerse mucho a su esposa. Hubiera sido un placer para él complacer los pueriles caprichos de una dulce personilla y reñirla cariñosamente por sus infantiles prodigalidades. Pero las cosas que se proponía hacer Scarlett eran inadmisibles.
 
Lo del aserradero, por ejemplo, Frank Kennedy experimentó el mayor asombro de toda su vida cuando Scarlett le dijo, contestando a sus preguntas y sonriendo dulcemente, que tenía la intención de dirigirlo ella misma. “Dedicarme yo misma al negocio de la madera”, fue su respuesta. Frank no olvidaría jamás el horror de aquel momento. ¡Dedicarse ella a los negocios! Era inconcebible. En Atlanta no había mujeres dedicadas a los negocios. A decir verdad, Frank no había oído jamás que ninguna señora se dedicase a los negocios en ninguna parte. Si una mujer tenía la desgracia de verse obligada a ganar algún dinero para ayudar a la familia en tiempos tan difíciles, lo ganaba de manera discreta y femenina: junto a un horno, como la señora Merriwether; o pintando porcelana, cosiendo o tomando huéspedes, como la señora Elsing y Fanny; o enseñando en una escuela, como la señora Meade; o dando lecciones de música, como la señora Bonnell. Aquellas mujeres ganaban dinero, pero se quedaban en sus casas para ganarlo, como debía hacer una mujer. Pero que una mujer abandonase la protección del hogar y se aventurase por el duro mundo masculino, compitiendo en los negocios con los hombres, dándose codazos con ellos, exponiéndose a los insultos y a las murmuraciones… ¡Especialmente cuando no necesitaba hacerlo, cuando tenía un marido plenamente capaz de mantenerla!»
 
Margaret Mitchell
Lo que el viento se llevó

4 de abril de 2025

Lady L.

«La ventana estaba abierta. Sobre el fondo azul del cielo, el ramo de tulipanes bajo la luz estival hizo que pensara en Matisse, que acababa de sufrir una muerte prematura a los ochenta años de edad, e incluso los pétalos amarillos caídos en torno al jarrón parecían obedecer al pincel del maestro. Lady L. tenía la sensación de que la naturaleza empezaba a ahogarse. Los grandes pintores se lo habían quitado todo; Turner le había robado la luz, Boudin el aire y el cielo, Monet la tierra y el agua; Italia, París, Grecia, a fuerza de andar rodando por todas las paredes, no eran más que tópicos, lo que no se ha pintado se ha fotografiado y la tierra entera tenía cada vez más ese aire usado de las jóvenes a las que han desvestido demasiadas manos. O quizá era ella la que había vivido demasiado tiempo. Inglaterra celebraba aquel día su octogésimo cumpleaños y el velador estaba lleno de telegramas y de mensajes, muchos de los cuales procedían del palacio de Buckingham: cada año ocurría lo mismo, todo el mundo venía torpemente a ponerle los puntos sobre las íes. Miró con reprobación los tulipanes amarillos, preguntándose cómo habían podido llegar aquellas flores a su jarrón favorito. A lady L. le horrorizaba el amarillo. Era el color de la traición, de la sospecha, el color de las avispas, de las epidemias, del envejecimiento. Clavó una mirada severa en los tulipanes y rápidamente afloró una duda… Pero no, era imposible. Nadie lo sabía. Una negligencia del jardinero.»
 
Romain Gary
Lady L.

25 de marzo de 2025

El gran Gatsby

«Nueva York empezó a gustarme por su chispeante y aventurera sensación nocturna, y por la satisfacción que presta a la mirada humana su constante revoloteo de hombres, mujeres y máquinas. Gustaba de pasear por la Quinta Avenida y elegir románticas mujeres de entre la multitud; imaginar que dentro de breves minutos, irrumpiría en su vida sin que nadie lo supiera ni lo desaprobara. A veces las seguía, con el pensamiento, a sus pisos situados en esquinas de ocultas callejas, desde donde se volvían, sonriéndome, antes de desaparecer en la cálida oscuridad. En el encantador crepúsculo metropolitano, sentía a veces una obsesionante soledad, y la sentía también en otros pobres empleadillos que pasaban el rato frente a los escaparates, esperando la hora de una solitaria cena en un restaurante; empleadillos ociosos en el crepúsculo, que desperdiciaban los más conmovedores instantes de la noche y de la vida.»
 
Francis Scott Fitzgerald
El gran Gatsby

17 de marzo de 2025

Me casé con un comunista

«Esa misma noche, media hora o tres cuartos después, sonó el timbre de la entrada. Eve había venido en taxi a Newark. Estaba pálida y ojerosa. Subió a toda prisa la escalera, y cuando nos vio a Doris y a mí en el rellano sonrió al instante, como saben hacerlo las actrices, como si Doris fuese una admiradora esperando a la entrada de los estudios para hacerle una foto con su cámara de cajón. Entonces pasó por nuestro lado, encontró a Ira y se arrodilló. El mismo número que aquella noche en la cabaña. La Suplicante de nuevo. Repetida y promiscuamente la Suplicante. La pretensión aristocrática de señorío y aquella conducta perversa y desconocedora de la vergüenza. “Te lo imploro… ¡no me abandones! ¡Haré lo que sea!”
 
Nuestra pequeña y lista Lorraine había estado en su habitación haciendo los deberes. Había ido a la sala de estar en pijama, para desearnos las buenas noches, y, allí, aquella estrella famosa a la que escuchaba cada semana en El radioteatro americano, aquel personaje alabado dejándose atropellar por la vida. El caos y la crudeza de la más profunda intimidad de un ser humano expuesto en el suelo de nuestra sala de estar. Ira le pidió a Eve que se levantara, pero, cuando intentó alzarla, ella le rodeó las piernas con los brazos y el aullido que lanzó dejó boquiabierta a Lorraine. La habíamos llevado a ver el espectáculo del Roxy y al planetario Hayden, habíamos ido en coche a las cataratas del Niágara, pero, en cuanto a espectáculos, aquél constituía el pináculo de su infancia.»
 
Philip Roth
Me casé con un comunista
 

12 de marzo de 2025

De qué hablamos cuando hablamos de amor

«La bebida es algo extraño. Cuando miro hacia atrás y pienso en ello, veo que todas las decisiones importantes las hemos tomado mientras bebíamos. Hasta cuando hablábamos de la necesidad de beber menos: nos sentábamos en la mesa de la cocina o en la de
picnic de afuera con un cartón de seis latas o una botella de whisky. Cuando pensábamos en instalarnos aquí, estuvimos un par de noches bebiendo mientras sopesábamos los pros y los contras.
 
Sirvo lo que queda de Teacher’s en los vasos y pongo cubiertos de hielo y unos chorritos de agua.
 
Holly se levanta del sofá y se echa en la cama.
 
Dice:
 
—¿Lo has hecho con ella en esta cama?
 
No tengo nada que decir. Dentro de mí noto que no tengo palabras. Le alargo el vaso y me siento en la silla. Apuro mi copa y pienso que ya nunca será lo mismo.
 
—¿Duane?
—¿Holly?
 
Mi corazón late más despacio. Espero.
 
Holly era mi verdadero amor.»
 
Raymond Carver
De qué hablamos cuando hablamos de amor

9 de marzo de 2025

No me acuerdo de nada

«En cierto modo, he desperdiciado mi vida. Porque, si yo no la recuerdo, ¿quién la va a recordar?
 
El pasado se me escapa y el presente es una lucha constante. Me resulta imposible seguir el ritmo. Cuando era más joven conseguía superar mi resistencia a las cosas nuevas. Tras una breve fase de negatividad, me entusiasmé con el robot de cocina Cuisinart. Sentía curiosidad por la tecnología. Me volví una gran defensora de los blogs y del correo electrónico: me parecían románticos; hasta hice películas que hablaban de esto. Ahora, en cambio, creo que prácticamente cualquier novedad se ha traído al mundo para que yo me sienta mal, porque mi memoria es cada vez peor, y he construido un muro para protegerme de casi todo.»
 
Nora Ephron
No me acuerdo de nada

6 de marzo de 2025

Una historia en bicicleta

«—Soy el doctor Lapham, el neurólogo asignado a su padre.
—Gracias. Muchas gracias.
—¿Está usted familiarizado con el cerebro?
—No, no lo estoy.
—Bueno…, el cerebro es como nuestro centro de mando. ¿Ha visto la película Juegos de guerra?
—Ah… no, no la he visto.
—¿La caza del Octubre Rojo?
—No.
—¿La guerra de las galaxias?
—Sí que he visto La guerra de las galaxias —dije, feliz de poder ayudar.
—Me encantó esa película —dijo la enfermera gorda—. Me encantó que siempre quisieras que todo el mundo estuviera bien y que no les matara Darth Vader.
 
El doctor hizo un gesto con la mano a la enfermera, pero me miró a mí.
 
—¿Recuerda cómo Darth Vader tenía un lugar en la nave espacial que dirigía todo, que estaba totalmente al mando de todo?
 
Asentí con la cabeza, pero sólo recordaba cómo yo sabía que no era realmente él el que hablaba directamente. No recordaba el resto de las cosas.
 
—Bien, verá, el lugar de la nave espacial donde Darth Vader dirigía todo era, para su flota espacial, lo que la mente de su padre es para el resto de su cuerpo: el corazón, los pulmones, el estómago, etcétera.
—Vale.
—Bueno, ¿recuerda esa escena al final de La guerra de las galaxias, cuando Luke lanza una bomba de fotones por el vertedero y hay una imagen digital de una señal luminosa corriendo por todas partes hasta que llega a la sala de mando de Vader?
—Y Han Solo le salva disparando a los guerreros del emperador que estaban escondidos detrás de él —añadió la enfermera gorda con emoción.
—Sí —dijo el doctor—, a Luke Skywalker le salvó Han Solo, pero ¿qué ocurrió con el centro de mando de Vader?
—¿Saltó… por los aires? —pregunté, bastante seguro de estar en lo cierto.
—Exactamente —dijo el doctor con su voz más profunda. Se pasó sus dedos blancos por el pelo corto—. Exactamente —dijo otra vez.
—Darth Vader escapó al deshacerse del guerrero del emperador. Estaba en las otras películas —informó la enfermera.
—Pero ¿de qué servía la flota sin la sala de mandos?
—Él podía algo así como leer las mentes. Tal vez había…
 
Pude darme cuenta de que el doctor se estaba enfadando con la enfermera.
 
—Lo que quiero decir es que el puesto de mando es como el cerebro del señor Ide. Una vez que el fotón explota allí, la situación es muy mala.
—¿Papá no está bien?
—La única sección del cerebro que está mostrando algún tipo de actividad eléctrica es el bulbo raquídeo. El bulbo raquídeo realmente tiene un solo propósito, que es regular la respiración. Es algo muy mecánico, la respiración.
—Pero él está respirando.
—Sí, respira. Pero el centro de mandos ha desaparecido.
—¿Desparecido? —repetí.
—La bomba de fotones —añadió la enfermera mientras me apretaba el brazo.
 
Papá murió una hora después. La cama había dejado de inclinarse y ya no estaban la mayoría de máquinas grandes. Papá estaba muy congestionado y su respiración era una lucha. Le sostuve la mano y sus párpados se agitaron, y luego dejó de respirar. Le solté la mano y yo estaba bien, pero entonces dije, tan bajito que apenas pude oírme a mí mismo: “Adiós, papá”, y lloré. No permití que me vieran llorar. Esperé hasta que estuve sereno, luego me eché un poco de agua fría en los ojos y fui al puesto de las enfermeras.»
 
Ron McLarty
Una historia en bicicleta

13 de diciembre de 2024

El arca de Noé

«Reconozco que últimamente nos quejamos demasiado, sobre todo de la gente. Luego dicen que nuestro pueblo es bueno. Qué curioso, el pueblo es bueno y la gente, mala. Que me expliquen cómo es eso. ¡Qué fastidio!... Por ello, el hombre de hoy llama con escasa esperanza a la puerta de su prójimo: si nadie le abre, continúa llamando a la puerta de la administración. Esta, a su vez, rebosa de gente como un hormiguero y se encuentra abarrotada de funcionarios de todo tipo, por lo que se ha ido acostumbrando al rancio olor de las preocupaciones humanas, hasta volverse tan indiferente e insensible como un hipopótamo. Algunos de ellos incluso han acabado siendo más insensibles que los paquidermos y, envolviéndose en sus grises togas de burócratas, se han transformado en las sagradas piedras grises de la actualidad.
 
Un hombre sencillo de los antaño visitaba las viejas piedras sagradas para hacer sacrificios y venerar a los santos, o bien para rezar pidiendo lluvia durante las sequías prolongadas. Nuestro mundo cristiano estaba repleto de piedras y de santuarios. Con el declive de una fe, desplazada por la nueva visión del mundo, los lugares sagrados se cubrieron de zarzas y malezas, de espinos y rosales silvestres; quedaron desérticos y enmudecieron como los viejos cementerios turcos. De lugares sagrados pasaron a ser nidos de culebras y rocas para lagartijas. Ahora como mucho los visita alguna urraca para cavilar un rato en voz alta. En ocasiones se posa un arrendajo… ¡En cambio, aquí tenemos los neosantuarios de la administración! El hombre moderno transita sus vericuetos desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. A pesar de ello, poco parece conseguir.
 
¡Mientras tanto la dichosa vida fluye sin parar!»
 
Yordán Radíchkov
El arca de Noé

13 de noviembre de 2024

POETA EN TIEMPO DE MISERIA

Hablaba de prisa.
Hablaba sin oír ni ver ni hablar.
Hablaba como el que huye,
emboscado de pronto entre falsos follajes
de simpatía e irrealidad.
 
Hablaba sin puntuación y sin silencios,
intercalando en cada pausa gestos de ensayada alegría
para evitar acaso la furtiva pregunta,
la solidaridad con su pasado,
su desnuda verdad.
 
Hablaba como queriendo borrar su vida ante un testigo incómodo,
para lo cual se rodeaba de secundarios seres
que de sus desperdicios alimentaban
una grosera vanidad.
 
Compraba así el silencio a duro precio,
la posición estable a duro precio,
el derecho a la vida a duro precio,
a duro precio el pan.
 
Metal noble tal vez que el martillo batiera
para causa más pura.
Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad.
 
José Ángel Valente
La memoria y los signos
 

13 de octubre de 2024

Teoría King Kong

«Desde hace un tiempo, en Francia no nos dejan de echar la bronca con respecto a los años setenta. Que si hemos tomado el mal camino, que qué hemos hechos con la revolución sexual, que si nos creemos hombres o qué y que, con nuestras tonterías, váyase a saber dónde ha ido a parar la buena y vieja virilidad, esa de papá y del abuelo, de esos hombres que sabían morir en la guerra y conducir un hogar con una sana autoridad. Y con la ley respaldándoles. Nos echan la bronca porque los hombres tienen miedo. Como si la culpa fuera nuestra. Resulta asombroso y, como poco, moderno, que sea un dominante el que venga a quejarse de que el dominado no pone bastante de su parte… El hombre blanco, ¿se dirige aquí realmente a las mujeres o intenta más bien expresar que está sorprendido del giro que están dando globalmente sus asuntos? En cualquier caso, no es posible que nos echen tanto la bronca, que nos llamen al orden y nos controlen de este modo. Por una parte, jugamos demasiado a ser la víctima, por otra, no follamos como es debido, o somos demasiado zorras o demasiado tiernas y enamoradas. Sea lo que sea, no hemos entendido nada. O somos demasiado porno o no somos demasiado sensuales… Definitivamente, esta revolución sexual fue como echar margaritas a las tontas. Hagamos lo que hagamos, siempre hay alguien que se esfuerza por decirnos que es una mierda.»
 
Virginie Despentes
Teoría King Kong

26 de septiembre de 2024

Canto yo y la montaña baila

«POEMA PARA MI MADRE
 
Ven, madre, hagámonos compañía,
como las tejas de nuestra casa,
como los árboles de nuestra casa,
como Jesús, María y José.
 
Ven, madre, hablemos
de lo que pasa en el bosque, por la noche,
de lo que pasa en el corazón, por la noche,
y de los rayos que calcinan el cielo, y a los maridos.
 
Ven, madre, cantemos
melodías para amansar el llanto,
tonadas para confortar el gozo,
coplas para que bailen los muertos.»
 
Irene Solà
Canto yo y la montaña baila

25 de septiembre de 2024

Una habitación propia

«Mi tía, Mary Beton, murió tras sufrir un accidente ecuestre, un día en que salió a pasear en Bombay. La noticia de la herencia me llegó una noche, más o menos al tiempo que se aprobaba la ley del sufragio femenino. Un abogado la dejó en el buzón, y, al abrirla, descubrí que me había dejado quinientas libras al año de por vida. De estas dos cosas ―el voto y el dinero―, confieso que el dinero me pareció infinitamente más importante. Hasta la fecha me había ganado la vida mendigando colaboraciones ocasionales en los periódicos, informando de una exposición de burros allí o de una boda allá; había recibido unas libras por escribir sobres, leer en voz alta a mujeres ancianas, confeccionar flores artificiales o enseñar el abecedario en jardines de infantería. Ésas eran las principales ocupaciones a las que podían aspirar las mujeres antes de 1918. Me temo que no es necesario que describa con detalle la dureza del trabajo, pues es posible que conozcáis a mujeres que lo han desempeñado; ni que me extienda tampoco sobre la dificultad de vivir con lo que se gana, porque quizá lo hayáis intentado. Lo que sigue pareciéndome un castigo peor que cualquiera de estas dos cosas es el veneno del miedo y la amargura que esos días me infundieron. Para empezar, se trataba de un trabajo que no quería hacer, y además tenía que hacerlo como una esclava, halagando y adulando, lo cual quizá no siempre sea necesario, pero lo parecía, y la apuesta era demasiado alta para correr riesgos; y luego estaba el pensamiento de que ese don que era un suplicio ocultar ―un don pequeño pero muy querido para quien lo posee― se iba marchitando, y con él me marchitaba yo, se marchitaba mi alma. Era como el óxido que corroe el esplendor de la primavera, que destruye el corazón del árbol. Sin embargo, como digo, mi tía murió, y cada vez que cambio un billete de diez chelines consigo eliminar parte de ese óxido y esa corrosión; el miedo y la amargura se esfuman. Es asombroso, pensé, mientras me guardaba las monedas en el bolso, al recordar la amargura de aquellos días, el cambio de ánimo que trae consigo la percepción de una renta fija. Ninguna fuerza en el mundo puede arrebatarme mis quinientas libras. Comida, casa y vestido son míos para siempre. Así, no sólo el esfuerzo y el trabajo cesaron para mí, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre; no puede hacerme daño. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que ofrecerme. Imperceptiblemente fui adoptando una actitud distinta hacia la otra mitad de la humanidad. Era absurdo echar la culpa a una clase social o a un sexo en su conjunto. Las masas nunca son responsables de sus actos. Se mueven por instintos que escapan a su control. También ellos, los patriarcas, los profesores, afrontan un sinfín de dificultades y deben sortear numerosos obstáculos. Su educación ha sido en ciertos aspectos tan deficiente como la mía. Ha causado en ellos defectos igual de grandes. Cierto es que tenían dinero y poder, pero sólo a costa de albergar en su pecho un águila, un buitre que les arrancaba el hígado y les picoteaba los pulmones eternamente: el instinto de posesión, el furor que los llevaba a codiciar sin descanso las tierras y los bienes ajenos; a construir fronteras y banderas, buques de guerra y gases venenosos; a ofrecer sus propias vidas y las vidas de sus hijos. Os invito a que deis una vuelta por el Arco del Almirantazgo (había llegado a ese monumento) o por cualquier otra avenida consagrada a los trofeos y el cañón, y a que reflexionéis sobre la modalidad de gloria que allí se celebra. O a que observéis al agente de bolsa y al gran abogado bajo el sol de primavera, en el momento en que se disponen a entrar en algún edificio para amasar dinero, dinero, más dinero, cuando en un hecho innegable que bastan quinientas libras al año para vivir plácidamente al sol. Pensé que desvía de ser muy desagradable albergar tales instintos. Son fruto de las condiciones de vida, de la falta de civilización, me dije, fijándome en la estatua del duque de Cambridge, sobre todo en las plumas de su sombrero de tres picos, con un interés inédito en mí. Al caer en la cuenta de estos obstáculos, el miedo y el rencor se transformaron gradualmente en compasión y tolerancia; y al cabo de uno o dos años, la compasión y la tolerancia también desaparecieron y se produjo la mayor liberación de todas, que es la libertad de pensar en las cosas tal como son. Ese edificio, sin ir más lejos, ¿me gusta o no me gusta? Ese cuadro ¿es bonito o no lo es? Ese libro ¿es a mi juicio bueno o no? Lo cierto es que el legado de mi tía había levantado el velo que cubría el cielo para sustituirlo por la imponente figura de un caballero a quien Milton me recomendaba profesar una eterna devoción, para ofrecerme una visión del cielo abierto.»
 
Virginia Woolf
Una habitación propia
 
 

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