«Reconozco que últimamente nos quejamos
demasiado, sobre todo de la gente. Luego dicen que nuestro pueblo es bueno. Qué
curioso, el pueblo es bueno y la gente, mala. Que me expliquen cómo es eso.
¡Qué fastidio!... Por ello, el hombre de hoy llama con escasa esperanza a la
puerta de su prójimo: si nadie le abre, continúa llamando a la puerta de la
administración. Esta, a su vez, rebosa de gente como un hormiguero y se
encuentra abarrotada de funcionarios de todo tipo, por lo que se ha ido
acostumbrando al rancio olor de las preocupaciones humanas, hasta volverse tan
indiferente e insensible como un hipopótamo. Algunos de ellos incluso han
acabado siendo más insensibles que los paquidermos y, envolviéndose en sus
grises togas de burócratas, se han transformado en las sagradas piedras grises
de la actualidad.
Un hombre sencillo de los antaño visitaba las
viejas piedras sagradas para hacer sacrificios y venerar a los santos, o bien
para rezar pidiendo lluvia durante las sequías prolongadas. Nuestro mundo
cristiano estaba repleto de piedras y de santuarios. Con el declive de una fe,
desplazada por la nueva visión del mundo, los lugares sagrados se cubrieron de
zarzas y malezas, de espinos y rosales silvestres; quedaron desérticos y
enmudecieron como los viejos cementerios turcos. De lugares sagrados pasaron a
ser nidos de culebras y rocas para lagartijas. Ahora como mucho los visita
alguna urraca para cavilar un rato en voz alta. En ocasiones se posa un
arrendajo… ¡En cambio, aquí tenemos los neosantuarios de la administración! El
hombre moderno transita sus vericuetos desde las ocho de la mañana hasta las
seis de la tarde. A pesar de ello, poco parece conseguir.
¡Mientras tanto la dichosa vida fluye sin parar!»
Yordán Radíchkov
El arca de Noé
El arca de Noé