17 de marzo de 2025

Me casé con un comunista

«Esa misma noche, media hora o tres cuartos después, sonó el timbre de la entrada. Eve había venido en taxi a Newark. Estaba pálida y ojerosa. Subió a toda prisa la escalera, y cuando nos vio a Doris y a mí en el rellano sonrió al instante, como saben hacerlo las actrices, como si Doris fuese una admiradora esperando a la entrada de los estudios para hacerle una foto con su cámara de cajón. Entonces pasó por nuestro lado, encontró a Ira y se arrodilló. El mismo número que aquella noche en la cabaña. La Suplicante de nuevo. Repetida y promiscuamente la Suplicante. La pretensión aristocrática de señorío y aquella conducta perversa y desconocedora de la vergüenza. “Te lo imploro… ¡no me abandones! ¡Haré lo que sea!”
 
Nuestra pequeña y lista Lorraine había estado en su habitación haciendo los deberes. Había ido a la sala de estar en pijama, para desearnos las buenas noches, y, allí, aquella estrella famosa a la que escuchaba cada semana en El radioteatro americano, aquel personaje alabado dejándose atropellar por la vida. El caos y la crudeza de la más profunda intimidad de un ser humano expuesto en el suelo de nuestra sala de estar. Ira le pidió a Eve que se levantara, pero, cuando intentó alzarla, ella le rodeó las piernas con los brazos y el aullido que lanzó dejó boquiabierta a Lorraine. La habíamos llevado a ver el espectáculo del Roxy y al planetario Hayden, habíamos ido en coche a las cataratas del Niágara, pero, en cuanto a espectáculos, aquél constituía el pináculo de su infancia.»
 
Philip Roth
Me casé con un comunista
 

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