4 de abril de 2025

Lady L.

«La ventana estaba abierta. Sobre el fondo azul del cielo, el ramo de tulipanes bajo la luz estival hizo que pensara en Matisse, que acababa de sufrir una muerte prematura a los ochenta años de edad, e incluso los pétalos amarillos caídos en torno al jarrón parecían obedecer al pincel del maestro. Lady L. tenía la sensación de que la naturaleza empezaba a ahogarse. Los grandes pintores se lo habían quitado todo; Turner le había robado la luz, Boudin el aire y el cielo, Monet la tierra y el agua; Italia, París, Grecia, a fuerza de andar rodando por todas las paredes, no eran más que tópicos, lo que no se ha pintado se ha fotografiado y la tierra entera tenía cada vez más ese aire usado de las jóvenes a las que han desvestido demasiadas manos. O quizá era ella la que había vivido demasiado tiempo. Inglaterra celebraba aquel día su octogésimo cumpleaños y el velador estaba lleno de telegramas y de mensajes, muchos de los cuales procedían del palacio de Buckingham: cada año ocurría lo mismo, todo el mundo venía torpemente a ponerle los puntos sobre las íes. Miró con reprobación los tulipanes amarillos, preguntándose cómo habían podido llegar aquellas flores a su jarrón favorito. A lady L. le horrorizaba el amarillo. Era el color de la traición, de la sospecha, el color de las avispas, de las epidemias, del envejecimiento. Clavó una mirada severa en los tulipanes y rápidamente afloró una duda… Pero no, era imposible. Nadie lo sabía. Una negligencia del jardinero.»
 
Romain Gary
Lady L.

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